Salmo 130


SALMO 130
(129)

De profundis


Desde lo hondo a ti grito, Señor:
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas!
Si retienes las culpas, Señor,
¿quién, Señor, resistirá?
Pero el perdón está contigo,
para ser así temido.
Aguardo anhelante al Señor,
espero en su palabra;
mi ser aguarda al Señor
más que el centinela a la aurora;
más que el centinela a la aurora,
aguarde Israel al Señor.
El Señor está lleno de amor,
su redención es abundante;
él redimirá a Israel
de todas sus culpas.


          En este salmo encontramos la oración penitencial que surge en un alma acongojada por la culpa, al experimentar el alejamiento de Dios, quedando sumergido su espíritu en la oscuridad profunda de la muerte, donde nadie alaba al Señor, y que por su gracia, se eleva a la esperanza de un amanecer luminoso, fruto del perdón divino, como sol esplendoroso que lleva la salud en sus rayos, y le rescata de las garras del abismo. Entonces le hace, el Señor, elevar una oración fraterna y sacerdotal que intercede ante el Señor, exhortando a su pueblo a la esperanza de su salvación, que haga volver su corazón a la misericordia divina.

          De su fe en el Señor y su caridad por su pueblo, brota así de forma inseparable la esperanza, que superando infinitamente los límites de su atormentado corazón, le concede abandonarse plenamente en el amor divino, y lo lleva a confesar su nombre entre sus hermanos, para unirlos a su acción de gracias, en el temor del Señor y a su alabanza.

          La apelación que hace el salmista a la benignidad divina, lo sumerge con su intercesión de perdón, en el conflicto entre la misericordia y la justicia, ambas infinitas en Dios como reivindican las Escrituras, y que es insoluble a la razón humana: “Si retienes las culpas, ¿Quién resistirá? En ti está el perdón”, ¿pero pasarás por alto tu justicia? Esto hace al salmista trascenderse en la sabiduría y santidad divina, que le hace esperar inconsciente y proféticamente en su Palabra: “Aguardo anhelante al Señor, espero en su palabra“. En su Palabra encarnada, unirá el Padre cierta y esplendorosamente, con su gracia: justicia de los pecados, y perdón del pecador; misericordia, en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, muerto por nosotros pecados, y resucitado para nuestra justificación, como dice san Pablo. Gracia, justicia y misericordia rescatarán al hombre, por la fe, para su justificación, desde el pecado de Adán, hasta la consumación de los siglos.
          El Papa Benedicto XVI en sus “Salmos de vísperas”, nos recuerda las palabras de san Ambrosio, admirado por los dones que Dios añade a su perdón: ”Mira cuán bueno es Dios, que está dispuesto a perdonar los pecados, y además concede dones inesperados"; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, que nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados.
          El Señor nos llama, por tanto, con el salmista, en medio de nuestras preocupaciones y angustias a: “Esperar en el Señor, más que el centinela a la aurora, abrazados en Cristo a su justicia, su perdón y su misericordia.

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