Domingo 11 A (cf
sábado1º Adv.; martes 14)
(Ex 19, 2-6; Rm
5, 6-11; Mt 9,36-10,8)
Queridos hermanos:
Se nos hace presente la centralidad de la misión de Cristo
y de la Iglesia: El anuncio del Reino de Dios comenzando por el Israel
creyente, de sinagoga en sinagoga por
ciudades y pueblos, con las palabras y los signos que lo acompañan,
compadeciéndose también de la muchedumbre abandonada a su ignorancia e
impiedad. Precisamente, Cristo ha sido enviado a ellas: “A las ovejas perdidas de la casa de Israel”, aunque no descuida a
las “fieles”.
Por
la misión el mal retrocede en el corazón de los hombres y Satanás cae de su
encumbramiento. «Rogad, pues, al Dueño de
la mies que envíe obreros a su mies.» Pedid que Dios suscite mensajeros a
los que enviar para pastorear a los que se pierden por falta de cuidado
pastoral.
Siendo el Señor quien llama, quien lo puede todo y quien
quiere la salvación del hombre, pide no obstante la oración de los discípulos
para que Dios suscite “operarios” para la mies. Qué gran fuerza la de la
oración y que prioritario es en la misión y en la “pastoral vocacional” el
deseo y el celo evangelizador de los discípulos y de la Iglesia. Dios que lo
puede todo, quiere que la salvación se realice a través de nuestro amor y de nuestra
confianza total en el suyo; de la sintonía de nuestro corazón con su amor.
Quiere salvar al hombre a través del deseo de salvación del hombre, y por eso
ha querido encarnarse él mismo en Cristo, mostrándonos con su vida, su relación
constante con el Padre en la oración, y enviarnos su espíritu, para que nuestra
vida sea un tiempo de misión, como lo es la de Cristo mismo.
Cada
carisma de salvación, Dios lo somete a la aceptación humana libre y gozosa, de
cada pastor y de cada hombre, como corresponde a un corazón que ama los deseos
del Señor. La Iglesia tiene el corazón de Cristo: su celo por la oveja perdida,
y así debe ser también el corazón de los pastores. Cuando Cristo envía a sus
discípulos les dice: “Id más bien a las
ovejas perdidas.” Es fácil encontrar pastores que se apacienten a sí
mismos, que cuidan de su propia oveja, pero hay que pedir a Dios que envíe obreros a su mies; pastores que cuiden de
sus ovejas, con especial celo por las descarriadas.
Proclamemos
juntos nuestra fe.
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