Martes 7º de Pascua
(Hch 20, 17-27; Jn 17, 1-11a)
En este Evangelio, Cristo dice al Padre:
¡misión cumplida!, y le pide lo que él mismo le ofrece y quiere para sus
discípulos: Su amor. Esa era la voluntad del Padre cuando creó al hombre, y
cuando envió a Cristo a redimirlo y evangelizarlo, de forma que también pudiera
retornar e él, juntamente con Cristo. Ahora Cristo suplica al Padre que lleve a
término su voluntad salvadora por la que él es entregado y se entrega, no
resistiéndose al amor del Padre por el mundo. No impidiendo que Judas le
entregue, se llena de gloria y da gloria a Dios que entrega a su Hijo por amor:
“Cuando salió (Judas), dijo Jesús: «Ahora ha sido
glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. (Jn 13, 31).
Así nos enseña a poner todas nuestras
obras siempre ante el Padre, “de quien
debe brotar todo como de su fuente y a quien debe tender todo como a su fin”.
Cristo viene a decir: Padre, renuncié a la gloria que tenía junto a ti, para
glorificarte ante los hombres entregando mi vida por ellos y por amor a ti. Les
mostré la gloria de tu amor, para que ellos te glorificaran y alcanzaran de ti
la vida eterna al conocernos a ti y a mí. Ahora, para que termine tu obra,
glorifícame tú con tu amor, para que en mí, sean ellos también glorificados,
como yo he sido glorificado en ellos cuando han creído en ti, acogiendo a tu
Palabra.
En efecto, se glorifica a Dios reconociendo
la grandeza de su amor; cumpliendo la misión que nos confía por amor al mundo;
haciendo su voluntad que es entrega, salvación y amor; y dando mucho fruto.
Dios se va a cubrir de gloria al
completarse la entrega de su Hijo por amor; Cristo, al amarnos hasta el
extremo, y nosotros al glorificarlo ante los hombres, amando con el amor que
nos ha sido dado.
Gracias a la entrega de Cristo, el
hombre puede llegar a la fe, y con la fe dar gloria a Cristo y alcanzar la vida
eterna; puede llegar al conocimiento del amor y a la filiación divina, y ser
incorporado al testimonio de la regeneración.
El
amor de Cristo, nos vacía de nuestra autocomplacencia y nos lleva al amor a
Dios y a los hermanos.
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