Espiritualidad de la Vigilia Pascual

 La espiritualidad de la Vigilia Pascual.

 

          Si acudimos al libro del Éxodo (12, 42), podemos contemplar el origen de la vigilia pascual como institución divina: “Aquella noche, Yahvé veló para sacarlos del país de Egipto. Y esa noche los israelitas velarán en honor de Yahvé, de generación en generación.” Teniendo en cuenta que, ese “velar” del Señor supuso la liberación del pueblo de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, podemos comprender el gozo y la alegría que supuso para ellos aquella noche de vigilia que debían observar a perpetuidad.

          Cuando Cristo, en el Evangelio de Lucas (22, 15) afirma: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”, no sólo tiene presente el gozo por la liberación de Egipto, sino la plenitud del gozo y la exultación, que supondrá su Pascua, como liberación perpetua y universal de todos nosotros, de la esclavitud del pecado y de la muerte.

Este es, pues, el espíritu de la Iglesia cuando se reúne a celebrar en la noche de Pascua, el “memorial” perpetuo de nuestra Redención. En esa noche estamos velando, porque el cielo se hace presente en la tierra, y así como los ángeles viven siempre porque velan siempre, ya que la vida celeste es eterno día y vigilia porque no hay allí noche, ni sueño, sino luz, verdad y vida, así al velar nosotros, traemos a nuestra consideración la vida celeste y angélica, porque en la Resurrección seremos como ángeles, según las palabras del Señor. Por eso la presencia del Señor fue día y vigilia en la noche de Egipto, cuando en ella irrumpió la vida celeste, y lo es también para nosotros cuando celebramos el “memorial” de su Pascua, de forma solemne, “entre dos luces” (Lv 23, 5), cuando extinguida la luz del crepúsculo, aguardamos velando la luz de la aurora, hasta la llegada del lucero del alba.

“Escuchó Dios, y vio y conoció los sufrimientos de su pueblo” (Ex 3, 7), y de noche bajó a Egipto, y cambió la noche en día y en vigilia de esperanza. La noche fue clara como el día, y así nació la Pascua del Señor. Ahora, al llegar de nuevo el Día que burló a la noche, han quedado fuera las tinieblas; para que salgamos, y vayamos con Cristo a arrancarle sus muertos al infierno.

Escuchando abundantemente la Palabra, somos introducidos en una comprensión más profunda del misterio de esa noche santa. Noche de la nueva creación, que nos da, el sentido espiritual de la Pascua, como dice Filón de Alejandría. Para el libro de los Jubileos (apócrifo del AT, del 150 a.C ), habría sido Abrahán el primero en celebrar la Pascua al sacrificar un cordero en lugar de su hijo, premiado por el Señor en su obediencia.

          Dice san Jerónimo, que el retorno de Cristo tendrá lugar en la noche de Pascua, y por esto, los primeros cristianos no celebraban la Pascua hasta la media noche. Si no llegaba el Señor comenzaban la celebración.

          Esta es la noche en que Cristo es entregado: Dios lo entregó por compasión al linaje humano; Judas por avaricia; los judíos por envidia; y el diablo por temor a que con su doctrina arrancase de su poder al género humano, no advirtiendo que por su muerte se lo arrancaría mejor de lo que se lo había arrancado ya con su doctrina y sus milagros, comenta Orígenes (Mateo, 35).

          Fue providencia divina, dice san León Magno (sermones 58,1), el que los príncipes de los judíos, que tantas veces habían buscado ocasión de sacrificar a Cristo, no pudieran saciar su furor más que en la solemnidad de la Pascua. Convenía, pues, que lo que había sido figurado y prometido mucho antes, tuviese manifiesto y cumplido efecto, y el sacrificio figurativo fuera sustituido por el verdadero. Se completó así con un solo sacrificio, el de las variadas y diferentes víctimas, para que las sombras desapareciesen ante la realidad, y cesaran las figuras en presencia de la verdad.

El pastor que fue herido regresa de nuevo al frente de su rebaño, y va delante abriendo camino para salir a su encuentro en el testimonio de la misión: ¡La muerte ha sido vencida y el pecado ha sido perdonado! La vida precaria en este mundo ya no volverá a ser lo que fue, porque se ha abierto una brecha en medio de la muerte fatal. La vida celeste ha irrumpido en el infierno. La noche sempiterna se ha vuelto clara como el día. Las cadenas de la esclavitud han sido rotas, y Adán se ha desembarazado de su culpa. Si por la generación nos alcanzó la condena de la desobediencia, por la regeneración de la fe, nos llega la gracia de la sumisión.

          “Cristo resucitado, ilumina con su claridad al pueblo rescatado con su sangre”, lo celebramos en el simbolismo del Cirio pascual, y lo revivimos con la aspersión y la inmersión bautismal, con la que la Iglesia rompe aguas en esa noche. Así recordamos nuestro bautismo y renovamos nuestra adhesión a Cristo, implorando también esta gracia para todos los hombres. 

                                                 www.jesusbayarri.com

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