Domingo 3º de Cuaresma A:
(Ex 17, 3–7; Rm 5, 1–2. 5–8; Jn 4, 5-42).
Queridos hermanos:
En estas
catequesis bautismales que nos presentan los Domingos de Cuaresma, hoy bajo el
signo del agua se nos muestra al Espíritu, que viene a saciar la sed de Dios del
corazón humano, mediante la fe. Pero esta sed sólo puede ser saciada por el
Amor y por eso esta palabra se sitúa junto al pozo, lugar de los encuentros
amorosos en la Escritura: Isaac, Jacob y Moisés van a encontrar el amor junto a
un pozo. Aquí la esposa va a ser Samaría, y en ella la gentilidad -figurada en
la “mujer”- llamada a ser esposa de Cristo, como dice San Agustín
refiriéndose a la Iglesia.
Cristo manda a los
discípulos al pueblo a comprar comida, y él se queda junto al pozo a esperar a
la “mujer”. Dice San Efrén (Diatesarón 12, 16-18) , que Jesús va a cazar, y no quiere que le
espanten la caza. Jesús, quiere desposar espiritualmente a la “mujer”,
llevándola al “conocimiento” del Esposo, ya que los samaritanos adoran sin
conocer, dice Jesús, esto es, sin amar, y por eso su culto es exterior,
material, pero sin contenido verdadero. Ahora, ha llegado la hora de “conocer a
Dios”; de amar a Dios: Padre, Espíritu y Verdad. El amor interioriza el culto
en el corazón, lo hace espiritual y verdadero; lo hace real. Así, es como el
Padre quiere que se le adore, porque Dios es Amor.
La “mujer”
comienza su encuentro con “un judío”; después descubre “al profeta”
y llega a reconocer “al Cristo”. Entonces Jesús testificará a “la mujer”
para que su fe sea plena: “Yo Soy”. Su fe será así, perfecta. Yahvé es
el Padre, el que le pide de beber es el Hijo, la Verdad, y el que se le promete
es el Espíritu.
La “mujer”
ha sido conocida, es decir, amada en su realidad, y perdonada en sus pecados.
Ha conocido a Dios. Se ha desposado con Cristo por la fe. Ahora, olvidando su
cántaro, como el ciego su manto, y como los apóstoles sus redes, la barca y a
su padre, destilando mirra fluida sus dedos como la esposa del Cantar de los
Cantares, corre a anunciarlo; va a proclamar lo que ha conocido; va a compartir
su “agua viva”. Ya no necesita el cántaro para dar de beber a los suyos. Ahora,
de su seno manan torrentes de agua que brotan para vida eterna. Ha sido
evangelizada y es evangelizadora. Samaría se ha incorporado a la Iglesia. La
llegada posterior de Felipe, Pedro y Juan, (Hch 8, 4-8.14-17) les permitirá
recoger abundante fruto de la semilla depositada allí por el Señor.
La presencia de
Dios entre los hombres en la persona de Cristo, instaura el verdadero culto en
un nuevo santuario. Ahora es posible un verdadero “conocimiento” de Dios en sí
mismo y en nosotros, porque Dios se revela y se da en una nueva dimensión a
todos los hombres sin distinción de pueblos.
Cristo
entrega a los hombres el Espíritu por voluntad del Padre, y el Espíritu derrama
en sus corazones el amor de Dios, como dice la segunda lectura. Surgen los
verdaderos adoradores que el Padre quiere, que aman al Padre, con el amor del
Espíritu Santo, en la Verdad del Hijo. Este es el verdadero culto: amar
a Dios, Padre, Espíritu y Verdad. Este culto sólo puede darse en el corazón del
hombre, y no, en uno u otro monte.
Cristo nos
ha amado con el amor del Padre y nos ha entregado su Espíritu, para que
nosotros podamos amar a Dios y al prójimo, en un culto espiritual y verdadero.
Esto es posible, solamente acogiendo a Cristo y creyendo en él: “Beba el que crea en mí”; “de su seno
brotarán torrentes de agua viva”. Ciertamente, “el Señor, está en medio de
nosotros” como dice la primera lectura. El haberlo dudado, es lo que llevó
al pueblo a tentar a Dios en Masá y Meribá.
Queridos hermanos,
reconozcámonos en la samaritana y vayamos a segar la mies que está dorada. Es
el tiempo de alegrarse con el Sembrador, y volver cantando, llevando las
gavillas.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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