Domingo 34º del TO A. Solemnidad de Cristo Rey
(Ez 34, 11-12.15-17; 1Co 15,
20-26ª.28; Mt. 25, 31-46)
(cf. Lunes 1º de Cuaresma; Conmemoración de los fieles difuntos)
1 Exégesis previa
2 Homilía
“La Iglesia, norma de juicio ante las naciones”
(Serán
congregadas delante de él todas las naciones[1])
Con mucha frecuencia este texto es usado incluso por el Magisterio, como apoyo de la incuestionable tesis -sobre todo en un contexto de Cristiandad- de las obras de misericordia, que en los necesitados encuentran al Señor. Pero la validez de esta actualización y de otras similares, impide en ocasiones a este texto expresar la riqueza propia de su significado e incluso exponer contenidos más específicos.
Esta palabra tiene una virtud muy concreta de presentar a los discípulos y por tanto a la Iglesia, en su misión salvífica, como norma de juicio ante las naciones, y analogía del Verbo encarnado, a través de la filiación divina que los constituye en hermanos de Cristo, y miembros de su cuerpo místico. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
El apelativo de “pequeños”, está suficientemente aplicado en el Evangelio a los discípulos y a los enviado a asumir la acogida o el rechazo de las naciones en nombre de Jesús: “Todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mt 10, 42), cf. (Mc 9, 41 y 42; Mt 18, 4 – 6. 10. 14; Lc 10, 21). San Juan Crisóstomo lo expresa de la siguiente manera:
Mas si son sus hermanos, ¿por qué los llama pequeñitos? Por lo mismo que son humildes, pobres y abyectos. Y no entiende por éstos tan sólo a los monjes que se retiraron a los montes, sino que también a cada fiel aunque fuere secular; y, si tuviere hambre, u otra cosa de esta índole, quiere que goce de los cuidados de la misericordia: porque el bautismo y la comunicación de los misterios le hacen hermano. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79, 1).
Por muy somera que quiera hacerse la lectura de la expresión: “estos” hermanos míos más pequeños, ésta, no es aplicable sin más a cualquier tipo de pobres y necesitados de la tierra, sino que implica una pertenencia a Cristo: “Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mc 9, 41); cf.(Mt 10, 42). Además, el adjetivo “estos”, sitúa en el discurso, al grupo de los “hermanos más pequeños”, separadamente al grupo de la derecha y al de la izquierda, frente a las naciones y fuera de ellas, junto a sí, porque constituyen un sujeto distinto a aquellos a quienes se aplica la bendición o la maldición. Ambos, benditos y malditos, son relacionados con los “pequeños hermanos”. El calificativo de “hermanos míos”, corresponde más bien, al de “hijos de mi Padre celeste”, a los cuales Cristo pone la premisa del amor a sus enemigos para merecerlo (Mt 5, 44); implica además la posesión del Espíritu del Hijo, y no solo la condición de meros menesterosos y desheredados. Así lo afirma San Jerónimo:
Libremente podíamos entender que Jesucristo hambriento sería alimentado en todo pobre, y sediento saciado, y de la misma manera respecto de lo otro. Pero por esto que sigue: "En cuanto lo hicisteis a uno de mis hermanos", etc., no me parece que lo dijo generalmente refiriéndose a los pobres, sino a los que son pobres de espíritu, a quienes había dicho alargando su mano: "Son hermanos míos, los que hacen la voluntad de mi Padre" (Mt 12,50). San Jerónimo.
A sus “hermanos más pequeños”, Cristo ha dicho: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe” (Mt 10, 40). “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha” (Lc 10, 16). Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian; a todo el que te pida, da y al que te robe lo que es tuyo, no se lo reclames”, cf. (Lc 6, 27 – 35). Por eso, es a “las naciones” a quienes dice: “Tuve hambre –en la persona de mis hermanos más pequeños- y no me distéis de comer, tuve sed y no me distéis de beber”, y lo que sigue. Sois benditos, o malditos, porque en “estos”, mis enviados, me recibisteis o me rechazasteis a mí: “En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado.” (Jn 13, 20). “Yo soy Jesús a quien tú persigues” (Hch 9, 5). Esta es la visión de Orígenes:
Se escribió a los fieles: "Vosotros sois cuerpo de Cristo" (1Cor 12,27) Luego así como el alma que habita en el cuerpo, aun cuando no tenga hambre respecto a su naturaleza espiritual, tiene necesidad, sin embargo, de tomar el alimento del cuerpo, porque está unida a su cuerpo, así también el Salvador, siendo El mismo impasible, padece todo lo que padece su cuerpo, que es la Iglesia. (Orígenes, in Matthaeum, 34).
También Israel es un pueblo de hermanos de Jesús distinto de las naciones, pero distinto también hasta el presente de “sus hermanos más pequeños” por quienes será juzgado: “Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. (Mt 19, 28). Dice San Agustín:
Con el nombre de ángeles designó también a los hombres, que juzgarán con Cristo, pues siendo los ángeles nuncios, como a tales consideramos también a todos los que predicaron a los hombres su salvación. (San Agustín, sermones, 351,8).
La interpretación de que “mis hermanos más pequeños” se refiere únicamente a los pobres y menesterosos, implica una concepción secularista, en la que la Iglesia pierde su carácter de “sacramento de salvación”, a la vez que relativiza su misión evangelizadora, que como dice Cristo en el Evangelio, es una verdadera “regeneración” del mundo que ha perdido la Vida a causa del pecado. En tal caso, bastarían las obras asistenciales de filantropía que cualquier hombre puede realizar sin Jesucristo para redimir al mundo. El envío de Cristo a los discípulos a todas las naciones, de modo que “el que crea se salvará y el que se resista a creer se condenará”, queda sin sentido por la interpretación secularizante que elimina toda componente trascendente y escatológica de la predicación cristiana.
Si es suficiente el ejercicio de las obras asistenciales, ¿dónde quedan la fe, el perdón de los pecados y el testimonio? (Mt 10, 32s); ¿dónde la redención de Cristo, el don del Espíritu y la vida nueva? ¿Para qué el “vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo y el fermento? La misión de la Iglesia se reduciría a la creación de dispensarios para la distribución de alimentos, y a la formación de visitadores de cárceles y hospitales, cosas a las que tristemente se reduce la pastoral de muchas de nuestras parroquias olvidando de hecho su misión fundamental.
Homilía
Domingo 34 del TO A. Solemnidad de Cristo Rey
(Ez 34, 11-12.15-17; 1Co 15,
20-26ª.28; Mt. 25, 31-46)
(Cf. Lunes 1º de Cuaresma; Conmemoración de los fieles difuntos)
Queridos hermanos:
Celebramos
a Cristo Rey del Universo, alfa y omega de la historia. Principio y fin de la
salvación de Dios; instauración del Reino de su amor misericordioso. Para celebrar esta solemnidad la primera
lectura nos habla del pastor. Un pastor vive con el rebaño, come con él, duerme
al raso; no hay vida más dura que la del pastor, llueva, truene o haga sol. Así
es nuestro rey. Para eso se ha hecho hombre, aceptando ser acogido o rechazado
hasta la muerte de cruz. Así es nuestro rey. ¡Viva Cristo Rey! decían los
mártires, y como él reinaban, perdonando a los que los mataban.
La
palabra de hoy nos presenta a Cristo como rey-pastor, sentado en su trono de
gloria, para pastorear con justicia y retribuir con el Reino a las naciones,
según la acogida y adhesión a Dios, por la fe en quien Él ha enviado, y en la
persona de sus discípulos, sus “pequeños hermanos”. Él ha conducido,
alimentado, cuidado, y defendido a su rebaño, y ahora en su buen gobierno,
juzga entre ovejas y machos cabríos la acogida o el rechazo de su palabra de
salvación.
Frente
a esta Palabra, los discípulos, no sólo debemos tomar conciencia de nuestra
realidad ontológica de “hijos del Padre” y de “hermanos de Cristo”, sino
también de nuestra misión de “pequeños”, mediadora de la salvación de Cristo a
las naciones: “Quien a vosotros recibe, a
mí me recibe”. Misión de destruir la muerte del mundo en nuestros propios
cuerpos, constituidos en miembros de Cristo, pues “mientras nosotros
morimos, el mundo recibe la vida”, (cf. 2Co 4, 12).
Esta
palabra hace presente la misión salvadora de la Iglesia, y nos exhorta a
permanecer unidos al grupo de los “hermanos más pequeños de Jesucristo”, que la
han encarnado en el mundo, siendo por tanto objeto del rechazo o de la acogida
de los hombres, que en ellos lo han hecho a Cristo mismo.
Los cristianos, con el espíritu de
Cristo, hacemos presente en nuestros cuerpos la escatología. Sobre nosotros se
ha anticipado el juicio de la misericordia divina (Jn 3, 18). Somos conscientes
de haber acogido al Señor, y triunfantes por haber permanecido unidos a la vid,
somos norma de juicio para las gentes, y paradigma de salvación o de
condenación, frente al que serán medidas “todas las naciones” (Mt 25, 35 y 36.
42 y 43).
Cuando
un cristiano o una comunidad cristiana escucha la proclamación de esta Palabra,
debe saberse situar en el grupo de los “hermanos
más pequeños del Señor”, junto a él y frente a las naciones. Debe ser
consciente de la salvación que gratuitamente ha recibido, y por la cual vive.
Debe recordar perfectamente los padecimientos sufridos por el testimonio de
Jesús y sobre todo las consolaciones de haber visto su palabra acogida por
tanta gente, sobre la cual ha visto irrumpir el Reino de Dios en el gozo del Espíritu
Santo, cuando como siervo inútil, ha encarnado al mensajero de la Buena
Noticia.
Por eso, al escuchar esta Palabra y
ver que aún es tiempo de salvación y de misericordia, su celo se robustece
pensando en aquellos que aún no la han conocido. Su vigilancia se renueva, pues
por nada quisieran abandonar el lugar
glorioso cercano a su Señor en el día del juicio, ni dejar su puesto en
la Iglesia o ser despojados de él por el enemigo que constantemente “ronda buscando a quien devorar”.
Contemplan también las obras santas que les concede realizar Aquél que los
conforta, por el cual están crucificados para el mundo, y no viven ya para sí,
sino para Aquél que murió y resucitó por ellos.
Son ellos, los hambrientos por Cristo, los desnudos, los presos, los enfermos, en los que Cristo es acogido o rechazado. No es ya su vida la que viven, sino que Cristo vive en ellos. Pero si al escuchar esta Palabra, caen en la cuenta de que ya el Maligno les ha desposeído de su puesto junto a los “hermanos más pequeños”, si ya se ven grandes y opresores, e hijos de otro padre, esta Palabra les llama nuevamente, porque si nosotros somos infieles, Él, permanece fiel.
Proclamemos
juntos nuestra fe.
[1] En las 431 ocasiones que
la Escritura emplea el término “naciones”, el término está referido a
los pueblos paganos que no han llegado a la fe y no al pueblo de la Antigua, o
de la Nueva Alianza.
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