¡FELIZ NAVIDAD!
Llega Navidad y los hombres nos
felicitamos al rememorar el nacimiento de Cristo, Jesús, el Hijo de Dios, el
Verbo engendrado y nacido del Padre antes de todos los siglos, concebido por
María en su seno por su fe, y dado a luz por ella en Belén de Judea por su
fidelidad. Dichosa ella por haber creído, y nosotros por haber acogido el Anuncio
de la Buena Nueva de Jesucristo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios."
Dichosos también todos los hombres, a quienes les ha nacido un
salvador: ¡Jesús! ¡Gloria a Dios en el cielo y Paz en la tierra a los hombres,
porque el Señor los ama!
Nacer, es
siempre un salir fuera del seno materno. Dar a luz lo que permanecía oculto. Hacerse
visible y ser manifestado lo que estaba escondido, ignorado, desconocido. En el
origen de toda vida humana hay siempre una paternidad y una maternidad que
interactúan en la formación del nuevo ADN, y mientras la paternidad engendra
en el seno, la maternidad concibe, gesta y pare. Sólo esta
observación sería suficiente para comprender que en la relación materno-filial,
predominan las cualidades inherentes a la maternidad, de dependencia mutua, que
primeramente serán físicas, pero permanecerán aún después de haberse cortado el
cordón umbilical, con la dependencia consoladora de la lactancia, y que después
de entrada la consciencia, se hacen afectivas y sicológicamente indestructibles
en un desarrollo normal, envuelto en el amor. Mientras tanto, la paternidad se mantiene en
un plano de independencia y sumisa devoción, en el que las relaciones
paterno-filiales, van afianzando cualidades humanas que edifican la persona en
su auto estima y en su situación social, moral y comunitaria, comenzando por las
fraternales, fundamentales a su vez, para ir diferenciando los roles de forma
providencial.
Un hijo de Dios, por su parte, es
engendrado por el Espíritu Santo, mediante la semilla de su Palabra acogida y
guardada, siendo gestado después en la escucha asidua de la misma, que es viva
y eficaz para dar el incremento. Las expresiones tan socorridas en este tiempo:
"Que Jesús nazca en mi corazón", en tu corazón, o en nuestro corazón,
no dejan de ser en realidad íntimamente equívocas, cuando el nacer, supone
siempre un salir fuera lo que se ha concebido dentro, de forma que la obra de
Dios en nosotros se haga visible con nuestras obras. Así, pues, podemos superar
un lenguaje coloquial, con expresiones como: "Que Jesús sea concebido en nuestro
corazón", para lo cual se requiere de nuestro "hágase en mí", propio
de la fe, con el asentimiento de nuestra voluntad, y de la aceptación libre de
un don consciente y responsablemente acogido, que puede ser gestado a
continuación con nuestra fidelidad y dado después a luz con nuestras obras: nacer. Como consecuencia, aquella
expresión tremenda de Salesio: “Aunque mil veces (en Belén) pero no de ti hubiese Cristo nacido, eternamente
quedarías perdido, adquiere su natural comprensión.
La maternidad de la Virgen María y también la del discípulo, consiste, por tanto, en concebir a Jesús por su fe, acogerlo y guardarlo en su seno por su fidelidad, y darlo después a luz en el tiempo oportuno, para que pueda cumplir su misión: "Concebirás y darás a luz un hijo: Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados"; "el que escucha la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre." La maternidad de María, por tanto, comienza con el: “Hágase en mí” de su libertad amorosa. Es prioritario, por tanto, el concebir por la fe, sin lo cual no hay nacimiento posible, tal como Isabel dijo a María: "Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá", llamándola ya desde entonces, madre del Señor. Portadora de Cristo, vivo en ella, hace ya posible que Juan e Isabel queden llenos del Espíritu Santo, exulten y profeticen.
¡Que así sea para nosotros, feliz
y familiar esta Navidad!
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