Salmo 63

Salmo 63
(62)

Sed de Dios

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo.
Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
Cómo te contemplaba en el santuario, viendo tu fuerza y tu gloria.
Tu gracia vale más que la vida.
Te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré, y alzaré mis manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos, y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti, y velando medito en ti,
porque tú fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo.
Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.


          Aunque en su redacción original este salmo nos presenta al salmista perseguido, que bien podría ser David en el desierto acosado por el rey Saúl, esta versión litúrgica se centra en la fuerza del corazón del hombre, que habiendo conocido el amor y el auxilio de Dios, en momentos difíciles, añora, gime y suplica la presencia, la comunión y la ayuda del Señor en medio del combate cotidiano. Ya había dicho Orígenes: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.

          El ansia física que suscita la necesidad del agua, es una imagen profunda de la necesidad que siente el espíritu del creyente y todo corazón humano, que habiendo conocido el amor de Dios, siente su lejanía o su ausencia, como han cantado frecuentemente los místicos, a los que el Señor mueve a una búsqueda renovada y a veces angustiosa de su rostro: “Como el ciervo huiste habiéndome herido; salí tras ti clamando y eras ido”[1]. Recordemos también a la esposa del Cantar de los Cantares: “Abrí, abrí a mi amado, pero no estaba; lo busqué y no lo hallé; lo llamé y no me respondió, o aquel otro salmo: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo".
El salmista, como fiel orante, en la constancia de un corazón que permanece en la presencia del Señor en medio de las ocupaciones de su quehacer cotidiano, siente al despertar, la sed a la que lo ha sometido el sueño, no sólo física sino sobre todo espiritual, que sólo el recuerdo del Señor sacia con su evocación. En efecto, con frecuencia el alma amante del Señor busca en la Escritura, continuar durante la noche la meditación y el recuerdo de las bondades de su amado Señor. Cómo desearía permanecer en constante vigilia sin que ni el sueño, inevitable para el común de los mortales, salvo gracias especiales concedidas a los santos, viniera a separarle de su cercanía. En aquel día que ansiamos, sin noche ni sueño, donde todo será luz y vida en compañía de los ángeles, entonces, el salmista le verá y por fin será saciada su sed de Dios. Como lo ha contemplado en el santuario viendo su fuerza y su gloria, se saciará de su semblante, como de manjares exquisitos.

Como cantaba el poeta:[2]

“¡Qué cosa más dulce es tu recuerdo! Estoy lejos de ti por la infeliz distancia pero Tú, estás cerca. No te veo, y te veo siempre fijamente, ¡ensueño y gozo!; y cuando la mirada a lo lejos se me pierde sin darme cuenta, al fondo, intangible, pero cierta y claramente íntegro te contemplo. Reminiscencia íntima y apasionada de tu recuerdo, que en esta soledad intransferible de vela y sueño, a mí te acercas y te veo y te hablo y eres mi consuelo.”

La experiencia del salmista nos sorprende con la expresión de su fe, que superando el valor tradicionalmente supremo para Israel, de una vida larga como fruto de la bondad divina, llega a exclamar: “¡tu gracia vale más que la vida!”, distinguiendo así, entre los bienes de este mundo con los que su mano nos bendice, y la trascendencia a que nos llama y que ansía nuestro espíritu, de una comunión definitiva y gratuita de amor con Dios, que proclamará plenamente nuestro Señor Jesucristo. «Todo lo que una persona puede tener y experimentar en la vida es inferior a la gracia», decía Bernhard Duhm.  En esta valoración de la comunión con Dios, podemos ver el valor supremo, la anticipación y la profundidad de este salmo. En su donarse progresivamente al mundo, es Dios quien va elevando al hombre a su conocimiento profundo, cada vez más acorde a su ser Padre, Espíritu y Verdad.

Mientras tanto, el salmista debe moverse entre las consolaciones que le asisten en la reminiscencia del Señor, y la aridez con la que la carne y los sinsabores de la vida someten con frecuencia su espíritu, moviéndolo constantemente a la confianza, la gratitud, y la seguridad en el auxilio del Señor. La búsqueda del rostro amado y amable del Señor, viene sostenida con la certeza de su cercanía, que es su dicha y su fortaleza.

          Cristo mismo ha asumido la imagen de la sed y del agua en relación a nuestro acercarnos a la fuente viva de su gracia: “Beba, el que crea en mí; el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna”.

          Juan Pablo II comentando este salmo dice:

A la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos impulsan hacia Dios, se sacian en Cristo crucificado y resucitado, del que nos viene, por el don del Espíritu y de los sacramentos, la vida nueva y el alimento que la sostiene.

Así mismo, san Juan Crisóstomo, comentando las palabras de san Juan: de su costado "salió sangre y agua" (cf. Jn 19, 34), afirma: "Esa sangre y ese agua son símbolos del bautismo y de los misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: "¿Veis cómo Cristo se unió a su esposa? ¿Veis con qué nos alimenta a todos? Con ese mismo alimento hemos sido formados y crecemos. Como la mujer alimenta al hijo que ha engendrado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su sangre a aquel que él mismo ha engendrado"[3]

Si queremos bajar de la contemplación a la inevitable realidad del combate que nos acompaña en este destierro de la patria añorada, no podemos menos que reunir fuerzas y alistar armas frente al enemigo, como hace el salmo en su última estrofa, excluida en su versión litúrgica, en la que con la gracia del Señor somos reyes victoriosos con Cristo:

Los que tratan de acabar conmigo,
sirvan de presa a los chacales!
Pero el rey en Dios se alegrará,
el que jura por él se felicitará,
cuando Él, cierre la boca al mentiroso.

                                                                     www.jesusbayarri.com













[1] San Juan de la cruz, Cántico espiritual.
[2] José Mª Bayarri Hurtado
[3] Homilía III dirigida a los neófitos, 16-19, passim: SC 50 bis, 160-162.

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