Domingo 14 A (domingo
11; Sdo. Corazón A; mierc. 2ª adv.)
(Za 9, 9-10;
Rm 8, 9.11-13; Mt 11, 25-30)
Queridos hermanos:
Los
misterios del Reino se revelan a los “pequeños”, que a través de la
misericordia del Padre son conducidos al conocimiento del amor de Dios, en
Cristo Jesús. Estos “cansados y
agobiados” encuentran en el corazón manso y humilde de Cristo el alivio a
sus fatigas.
La
clave de lectura de toda la creación, de toda la Historia de la Salvación y de
la Redención realizada por Cristo, es el amor, por el que Dios se nos revela.
Amor de entrega en la cruz de Cristo: «Venid a mí todos los que estáis
fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo,
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» Esas son palabras de amor en la boca de
Cristo.
El
Señor dice en el Evangelio: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame.” Ahora el Señor viene a
explicitarnos la segunda parte; lo que significa seguirle. Seguir al Señor
quiere decir, que además de cargar con nuestra cruz, tenemos que tomar sobre
nosotros el yugo de Cristo. Unirnos a él bajo su yugo como iguales, porque él ha
asumido un cuerpo como el nuestro; un yugo para rescatarnos de la tiranía del
diablo, de forma que podamos sacudirnos su yugo y hacernos así llevadero
nuestro trabajo junto a él en la regeneración del mundo. Qué suave el yugo y qué
ligera la carga, si el Señor la comparte con nosotros.
Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón, dice el Señor. Mientras Cristo, siendo Dios, se ha hecho hombre
sometiéndose a la voluntad del Padre y tomando sobre sí nuestra carne para
arar, arrastrando el arado de la cruz con humildad y mansedumbre, nosotros que
somos hombres, nos hacemos dioses, rebelándonos contra Dios, llenos de orgullo
y violencia, y ponemos sobre nuestro cuello el yugo del diablo que nos agobia y
nos fatiga. Por eso dice el Señor: “Aprended de mí”. No a crear el mundo, sino a ser mansos y humildes de corazón, como
dijo san Agustín. No a crear el mundo, sino a salvarlo; no a ser dioses, sino a
someternos humilde y mansamente al Padre, trabajando con Cristo, el redentor
del mundo.
El
Señor nos ha dicho: “Tenemos que trabajar
en las obras del que me ha enviado; como el Padre me envió, yo también os
envío.” Seguir a Cristo es asociarnos a su misión. Ahora tenemos un nuevo
Señor a quien servir, para encontrar descanso para nuestras almas. El que
pierde su vida por Cristo, la encuentra.
A nosotros, si somos pequeños, se nos da el Señor en la
Eucaristía.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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