Domingo 2º de Adviento. C
(Ba 5, 1-9; Flp 1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-6)
Queridos hermanos:
La
profecía de Isaías sitúa esta Palabra, en el contexto de que Dios quiere
consolar a su pueblo, porque ya ha pagado por sus pecados (Is 40, 1ss). La
consolación le vendrá por la acogida de la gracia de la conversión, que le
llegará mediante el anuncio del “mensajero” del Señor, que viene delante del
Salvador preparando su camino. Después vendrá el Señor a perdonar sus pecados y
a bautizar en el fuego del Espíritu.
Dios
proclama su Palabra de vida, a oídos de aquel que ha elegido para llevarla a
cumplimiento, y escucharla es ya recibir la misión y el poder de que se
realice. Los evangelistas, identifican a este mensajero con Juan el Bautista,
que prepara el camino de Cristo invitando a la conversión, mediante la
confesión de los pecados, la penitencia, y el bautismo de agua en el Jordán.
El
camino del Señor debe prepararse en el desierto, por el que como en un nuevo
Éxodo, Dios va a caminar para conducir a su pueblo de la esclavitud a la
libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. El desierto será
siempre para Israel referencia insustituible. La añoranza de su primer amor. Ha
sido en el desierto donde Israel ha visto realizado, que los caminos de Dios
han sido sus caminos. Dios caminaba en medio de ellos. Él era su luz, su
protección y su guía. Él, era su pastor.
El camino del Señor, queda preparado
en aquel que acoge a su mensajero, en este caso a Juan Bautista, sometiéndose a
su bautismo, aceptando la conversión. La gracia que lleva en sí esta Palabra,
le abre los ojos, los oídos y el corazón a Cristo. En cambio para quien rechaza
al mensajero, esta gracia permanece inaccesible: Mirará y no verá; oirá y no
escuchará; no comprenderá, y su corazón no se convertirá, y no será curado.
(cf. Is 6, 9-10). En el Evangelio de Lucas,
esta es la causa de que ni saduceos, ni fariseos ni legistas pudieran acoger a
Cristo: “al no aceptar el bautismo de él
(Juan el Bautista), frustraron el
plan de Dios sobre ellos”. (Lc 7, 30) mientras
hasta los publicanos y las prostitutas creyeron en él.
Es por tanto el Señor, quien como el
buen samaritano, ansía venir al encuentro del hombre, que se ha separado de él
por el pecado: Ha dejado Jerusalén, lugar de su presencia, y se ha encaminado a
Jericó, imagen del mundo, cayendo en manos de salteadores, que, después de
despojarle y golpearle, se han ido dejándole medio muerto. Los profetas serán
los encargados de anunciar con insistencia estos ardientes deseos de la
voluntad amorosa de Dios. Juan, será el designado para precederle con el espíritu y el poder de
Elías a preparar su camino, y Cristo, el elegido para encarnar su venida.
Dios es espíritu, y aun a través de
Jesucristo, el encuentro del hombre con Dios, ha de realizarse en el espíritu,
y por tanto en su libertad. Los obstáculos que encontrará el Señor en su camino
al corazón del hombre serán por tanto espirituales. Ningún obstáculo puede
oponerse al Señor sino el espíritu del hombre, al cual dotó Dios de libertad,
para que pudiera amar: Los “montes” de la soberbia y el orgullo, levantan el yo
del hombre, impidiendo el acceso al Señor, que viene manso y humilde de
corazón. Estos montes deberán ser demolidos, y rellenados estos “valles”,
abismos de la hipocresía y simas insaciables de las pasiones. Carencias socavadas en el espíritu del hombre
que ha abandonado a su Dios.
Sólo el Señor mediante la fe, puede
arrancar estos montes y plantarlos en el mar de la muerte, para desecar su poder,
y convertir el corazón del hombre, en un vergel en el que florezca la justicia,
camino llano para el Señor.
En quién acoge la gracia de la
conversión aparecen los frutos de la humildad y del perdón, que obtienen de
Dios la salvación, la comunión con el Amor. El bautismo de Espíritu y fuego,
que purifica el fruto y quema la paja.
Por tanto: “¡Preparad el camino al Señor!” “Y todos verán la salvación de Dios”. Israel, por la fidelidad de Dios a sus promesas, y los gentiles por su misericordia.
Proclamemos
juntos nuestra fe.
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