Domingo 29º del TO B
(Is
53, 10-11; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45)
Queridos hermanos:
Tanto ha hablado Cristo a sus discípulos
de su Reino, que todos ansían alcanzarlo. Pero tratándose de un reino de amor,
reinar equivale a amar, y siendo el Reino de Dios, debe amarse como ama Dios y
no como lo hace el mundo. Por eso dice Cristo: “Como el Padre me amó, yo os he amado a vosotros”, y “este es mi mandamiento: Que os améis los
unos a los otros como yo os he amado”.
Yo os he amado a vosotros entregándome
en la cruz, porque así me ha amado mi Padre, entregándose totalmente,
eternamente a mí. A mi vez, yo os envío mi Espíritu Santo, mi Amor, para que
podáis amaros así, entregándoos mutuamente, totalmente y para siempre, los unos
a los otros, sirviéndoos mutuamente hasta dar la vida.
Eso es reinar en mi Reino, dice el Señor, y a mayor entrega, servicio y humillación, mayor será vuestra grandeza, y más cerca estaréis del “trono de la gracia” del que habla la segunda lectura, en el que me ha colocado mi Padre, en la cruz, cúspide de su amor.
Hoy la palabra nos hace contemplar el
anuncio de la pasión antesala de la
Pascua, y mientras Cristo se prepara para entregarse, los discípulos siguen en
su concepción carnal del Reino, en la que los judíos esperan la glorificación
de Israel, sin integrar al plan de Dios las figuras del Siervo sufriente, del
pastor herido, o la oscuridad del “día del Señor”.
Es inmediato dejarse llevar de los
criterios carnales, pero Cristo vive en otra onda, propia del Espíritu, que es
el amor. Su Reino es el amor, y quien quiera situarse cerca de Cristo debe
acercarse a su entrega de amor que es eminente, e inaudita en su misericordiosa
justicia.
Este puede ser un punto importante para
nuestra conversión: centrarnos en el amor, en el servicio a los demás sin
contemplarnos a nosotros mismos, sino a Cristo, en cuyo amor resplandece el
rostro del Padre.
Con
nuestra naturaleza caída que nos incapacita para comprender las Escrituras, nos
mantenemos en la realidad carnal, que al igual que a los apóstoles nos lleva a
buscan ser, en todo. Frente a esta realidad, el Evangelio nos sitúa ante el
hombre nuevo, en Cristo, que, se niega a sí mismo por amor, anteponiendo el
bien del otro mediante el servicio, hasta el extremo de dar la propia vida,
apurando la copa de la ira en el bautismo de su propia sangre. Este es el
llamamiento a sus discípulos como “seguimiento de Cristo”: «que tampoco el Hijo del hombre ha venido a
ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»
Jesús
va delante porque indica el camino, abre el camino, es el camino mismo.
Sabiendo que los judíos buscan matarlo, sus discípulos se sorprenden y tienen
miedo, pero ya el Señor les tiene preparadas unas buenas obras que deberán
realizar cuando reciban la fuerza del Espíritu Santo. Para esto hemos sido
también llamados nosotros, como dice san Pablo, “en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios para que
caminásemos en ellas”
Proclamemos juntos nuestra fe.
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