Dios creó la luz


Dios creó la luz


          Dice el libro del Génesis que Dios el primer día de la creación creó la luz. Dice textualmente: Dijo Dios: “Haya luz”. Después el cuarto día creó el sol, la luna y las estrellas; el sol para alumbrar de día y la luna para alumbrar de noche.

          Con los sabios escudriñadores de las Escrituras podemos preguntarnos: Si ya, el Señor, había dicho “haya luz” ¿para qué tuvo que hacer el sol? Podemos razonar diciendo que, el Señor formó esos luceros con luz creada, para alumbrar de forma instrumental, ordenada y sistemática la creación que estaba llevando a cabo, porque en su limitación y precariedad, requería de algunos auxilios inmanentes, y servicios, temporales como el tiempo mismo, necesarios para que alcanzase el pleno desarrollo de su destino trascendente y glorioso. Pero, una vez alcanzada por el hombre su meta gloriosa, la primigenia e increada Luz podrá ser compartida y enviada desde su seno, y ya no necesitará de luceros y lámparas, porque la nueva creación resplandecerá toda ella como piedra muy preciosa trayendo en sí la gloria de Dios que la iluminará, siendo su lámpara el Cordero. Entonces las naciones caminarán a su luz (cf. Ap 21, 9-27).

          Respondiendo a este mismo interrogante los sabios de Israel, dicen que Dios, al decidir enviar su luz, se dio cuenta de que los hombres no estarían todavía en disposición de llevarla en su corazón, quizá, hasta que no fuesen probados en su libertad, por lo que el Señor tuvo que esconderla bajo su trono guardándola en secreto, hasta que su criatura estuviese preparada para recibirla. Entonces enviaría al Mesías que traería su luz, revelando así el secreto. No por casualidad hacen notar los sabios, que en hebreo, la palabra secreto y la palabra luz, tienen un mismo valor numérico que es: 207. Así que, mientras llegaba el Mesías, el cuarto día de la creación, quiso el Señor hacer el sol, la luna y las estrellas.

          Andando el tiempo, al venir nuestro Señor Jesucristo, que bendito sea, y ver los hombres los signos que realizaba, todos le preguntaban si era él, el Mesías que esperaban, porque sólo él podría revelarles el secreto. Entonces dijo Jesús: Yo soy la luz del mundo; quien me ve a mí ve al Padre”. Y para que todos pudieran ver su luz, primero imponía las manos sobre los que eran ciegos de solemnidad, y los curaba; y a cuantos creían en él, haciéndose sus discípulos les decía: “recibid el Espíritu Santo”, luz del intelecto y llama ardiente del corazón; y añadía: “vosotros sois la luz del mundo” Así trasmitía su luz, que es luz del Padre, y que llamamos también Amor.

          Así se cumplió la Escritura que dice: A los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte, una luz les brilló. ¡Alégrate, pues, Jerusalén con cuantos moráis en sus tiendas! Mira que llega tu luz. La gloria del Señor alborea sobre ti.

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