Nuestra Señora de Zapopan
(Za 2, 14-17; Ef 2, 4-10; Lc 1, 39-47)
Queridos hermanos:
En esta fiesta, la Iglesia nos
presenta la verdadera dicha de María, habiendo acogido el anuncio del Señor
creyendo en su palabra. La fe, pone a María en camino al encuentro del Ungido y
su profeta impulsada por el Espíritu. María que ha sido la primera evangelizada
por Gabriel, es también la primera evangelizadora, que parte movida por el
Espíritu, y será siempre en la historia, auxiliadora de la evangelización, como
en Zapopan, y en un gran número de advocaciones.
La palabra de este día está envuelta
en manifestaciones celestes del Espíritu Santo, como corresponde al misterio de
los hijos que guardan las madres en su encuentro. Encuentro de las madres y de
sus hijos: El mayor entre los nacidos de mujer y el Primogénito de
toda la creación. La voz y la Palabra. El Evangelio nos llama dichosos, por
la llamada a escuchar la Palabra del Señor, y hacer de ella nuestra vida, como
lo hizo su madre y ahora madre nuestra, y también sus hermanos, de los que
ahora formamos parte todos nosotros. Dichosos, por haber creído como María, y
haber sido llamados como ella, a dar a luz a su hijo con nuestras obras, fruto
de su Espíritu Santo. Como ella hemos recibido el anuncio de Jesucristo; como
ella se ha gestado en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado y como
ella podremos manifestarlo al mundo con nuestras obras.
La profecía de Zacarías proclama: “Grita
de gozo y alborozo, hija de Sión, pues vengo a morar dentro de ti, dice Yahveh.
Sión se goza en su hija
predilecta, que ha acogido en su corazón y en su seno a Dios en su Palabra.
María se puso en camino y se fue con
prontitud. La Verdad y la Vida se muestran Camino en María, que movida por el Espíritu va hacia Isabel, para que Cristo encuentre
a Juan y lo constituya su precursor. El gozo de Cristo está en María, y el de
Juan hace exultar a su madre Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de
parte del Señor! El Espíritu Santo profetiza en Isabel para exaltar la fe
de María en las promesas que le han sido comunicadas de parte de Dios.
Dios se fija en la humildad de María,
pues “el Señor no renuncia jamás a su misericordia, ni deja que sus palabras
se pierdan, ni que se borre la
descendencia de su elegido, ni que desaparezca el linaje de quien le ha amado”
(Eclo 47, 22).
María se apoyó en Dios en su humildad
y nosotros debemos hacerlo en nuestra debilidad, para poder alcanzar la dicha
de ella por nuestra fe, pues también a nosotros nos ha sido anunciada la
salvación en Cristo y se nos ha dado su Espíritu, en orden a las buenas obras
que de antemano dispuso Dios que practicáramos, como dice san Pablo.
Juan ha sido lleno del Espíritu con la
cercanía de Cristo. Nosotros en la Eucaristía somos llamados a hacernos un
espíritu con él, que nos haga exultar de gozo en el seno de nuestra madre la
Iglesia, de la que es figura la madre del Señor, su miembro más excelso.
Elevemos por tanto nuestra exultación a Dios Padre todopoderoso, que nos ha enviado a su Hijo amado, en quien se complace su alma, y unámonos a la entrega del cuerpo del Señor; y a su sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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