Domingo 31º del TO C
(Sb 11, 23-12,2; 2Ts 1,11-2,2; Lc 19, 1-10)
Queridos hermanos:
El Evangelio nos habla hoy de Jericó como
figura del mundo, en el que se encuentra el hombre necesitado de salvación,
mientras Jerusalén es figura del cielo, donde se encuentra la presencia de
Dios. El Señor, como buen samaritano, baja de Jerusalén a Jericó en busca del
hombre herido en el camino, para usar con él de misericordia, y a la entrada de
Jericó, se detiene para curar a Bartimeo, y mostrar a todos los que le siguen
su fe; hoy se adentra en Jericó, al encuentro de un publicano rico y
descarriado en el mundo, llamado Zaqueo, para entrar en su casa, llenarla de
luz y hacerle heredar las promesas hechas a Abrahán y a sus hijos, porque el
amor no desconfía nunca de la salvación de nadie.
Vimos a un pobre ciego, encontrar el
tesoro escondido del Reino de Dios, y hoy, a un rico de pequeña estatura acoger
la salvación en su casa; hemos visto a un camello pasar por el ojo de una aguja
y a un pecador alegrar a los ángeles de Dios. Mientras Natanael, el “judío en quien no hay engaño”, es visto
debajo de la higuera como fruto maduro. Zaqueo, como fruto verde, se encuentra
aún sobre el árbol, pero ambos, al igual que Bartimeo, en Cristo, son amados y
conocidos, por su nombre de vivos, mientras que aquel “rico epulón” de la
parábola, permanece en el abismo de la muerte y su nombre es ignorado. Sólo nos
queda recuerdo de sus vicios.
Como el ciego Bartimeo, también Zaqueo
ha oído hablar de Jesús de Nazaret; conoce su propia pequeñez y lo que le
impide seguirle, pero la gracia que está actuando en él, le hace correr y
subirse al sicómoro, para salirle al encuentro
llenándole de la alegría propia del Espíritu Santo, al sentirse llamado,
conocido, amado por Dios en Cristo. Al sicómoro, higuera sin fruto, la gracia
lo ha hecho fructificar en Zaqueo; también la cruz del Salvador de la que los
incrédulos se burlan llamándola estéril, alimenta, como la higuera, a los que
creen en Él, como dice San Beda.
También como Bartimeo, Zaqueo hará
solemnemente (puesto en pie) profesión de su fe, mostrándola con sus obras como
dice Santiago (St 2, 18): “Daré -dice- la mitad de mis bienes a los
pobres y restituiré cuatro veces lo defraudado”. Al dios de este mundo le
ha sido arrebatado un hijo de Abrahán. La salvación de Zaqueo, ha entrado en su
casa. Ambos, Bartimeo y Zaqueo, para acercarse a Jesús, se separan de la
muchedumbre incrédula que les dificulta el acudir a él; uno gritando y el otro
corriendo y subiéndose al árbol. La masa que no cree, en un caso murmura de
Cristo y en el otro trata de hacer callar al ciego.
El pecador es buscado con compasión y
paciencia, y encontrado por la misericordia de Dios, para la que no son
obstáculo ni la ceguera y la pobreza de Bartimeo, ni la pequeñez y la riqueza
de Zaqueo.
La primera lectura decía que Dios es
amor y quiere nuestro bien; que tiene paciencia con el pecador y espera que
vuelva a él para que viva, pero el Evangelio de hoy nos muestra que el Señor no
se contenta con esperar que volvamos a él, sino que él mismo sale a nuestro
encuentro y se adentra en nuestra realidad de muerte para llamarnos a él con
vocación santa, como dice la segunda lectura, para salvarnos y enviarnos a proclamar
la Buena Noticia de su amor.
Así nos busca hoy a nosotros el Señor, porque conviene que entre en nuestra noche para iluminarla. Ojalá podamos reconocer así nuestra miseria y nuestra corta estatura en el amor; ojalá nos sintamos conocidos por el Señor y nos salve. Entonces podremos ponernos en pie y proclamar su misericordia con nosotros; exultar y celebrar Pascua con él.
Proclamemos juntos nuestra fe.