Sábado después de Epifanía

Sábado después de Epifanía.

1Jn 5, 14-21; Jn 3, 22-30 

Queridos hermanos: 

          Una vez más contemplamos la humildad del verdadero discípulo, que con razón recibe del Señor la mayor de las alabanzas, porque: “el que se humille será ensalzado”. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Si queremos elevar el edificio de la fe, que debe alcanzar el cielo, debemos escavar muy profundamente, para colocar el fundamento de la humildad, sin el cual no se sostendrá la construcción, y será grande la ruina del insensato, como dijo san Juan de Ávila.

          “Andar en verdad” decía santa Teresa, es el camino de la humildad, y por eso quien se cree algo, se engaña, y sin pisar terreno firme, fácilmente tropieza. La Escritura afirma que Moisés era el hombre más humilde de la tierra, pero Juan Bautista es “el mayor hombre nacido de mujer, a quien se le concedió bautizar al Salvador. Bañar al esposo era prerrogativa en Israel, del “amigo del esposo”, que se alegra con su presencia escuchando su voz.

          Cristo es la Verdad, y el verdadero del que hablaba la primera lectura, y nada puede oponérsele ni detener su caminar para la salvación del hombre purificándolo de sus pecados, bañándolo con su sangre. La purificación del bautismo de Juan y de los discípulos del Señor, preparaba un pueblo que acogería la fe y recibiría el Espíritu, habiendo sido iluminado por la confesión de sus pecados, reconociendo el amor de Dios que los perdonaba mediante el bautismo del Señor. También el bautismo de Juan era “para el perdón de los pecados” (Mc 1, 4), pero podemos compararlo con la claridad que precede a la salida del sol, del bautismo del Señor, que traería el don del Espíritu Santo. 

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

  

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