Vigilia pascual[1]
(A: Mt 28, 1-10; B: Mc 16, 1-8; C: Lc 24, 1-12)
Queridos
hermanos:
Estamos velando, porque cada año en esta
noche el cielo se hace presente en la tierra, y así como los ángeles viven
siempre porque velan siempre, ya que la vida celeste es eterno día y vigilia
porque no hay allí noche, ni sueño, sino luz, verdad y vida, así al velar
nosotros ahora, traemos a nuestra consideración la vida celeste y angélica[2],
porque en la Resurrección seremos como ángeles según las palabras del Señor.
Por eso la presencia del Señor fue día y vigilia en la noche de Egipto, cuando
en ella irrumpió la vida celeste.
En el principio sucedió que sobre las
tinieblas de la nada, con la Palabra del Señor irrumpió la luz del ser y de la
vida que estaba en Dios eternamente, y así como culmen de la creación, fue
hecho el hombre: luz, en el espacio, el tiempo y la existencia.
Entonces puso Dios al hombre ante los
caminos de la vida y de la muerte, y el hombre: vino a ser: luz, y libertad, en
el espacio, el tiempo, y la existencia.
Pero el hombre eligió el camino de la
muerte, y se apagó su luz, y el hombre: tuvo miedo, y vino a ser esclavo[3] en el
espacio y el tiempo de su existencia. “Se dio cuenta el Señor de que el
hombre era ya incapaz de llevar sobre sí su luz, y tuvo que esconderla bajo su
trono hasta que viniera el Mesías.”[4] Él daría a los
hombres ojos nuevos: “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” y traería la
Luz. Por eso al llegar Cristo, decía en su predicación. “Yo soy la luz del mundo; el que me ve a mi, ve al Padre”; Dios es luz,
en él no hay tiniebla alguna. Y trajo la luz a los ciegos y a cuantos
vivíamos en tinieblas. Pero mientras tanto, el cuarto día de la creación, Dios
creó el sol, la luna y las estrellas que alumbraran de día y de noche hasta que
el hombre fuera nuevamente luz, y fueran creados cielos nuevos y tierra nueva.
Y Dios llamó al hombre y le dijo:
Abandona en mí tu corazón y tu cuidado y toda tu esperanza, y así lo hizo
Abraham, y así el hombre volvió a ser en el tiempo, el espacio y la existencia
amigo de Dios. Y así nació la fe.
Y escuchó Dios, y vio y conoció los
sufrimientos de su pueblo (Ex 3, 7), y de noche bajó a Egipto, y cambió la
noche en día y en vigilia de esperanza: La noche fue clara como el día, y así
nació la Pascua del Señor. Y fue el hombre amigo de Dios en la fe y en la esperanza,
en el tiempo, el espacio y la existencia.
Envió después Dios a los profetas para
recordarnos siempre a los hombres su Alianza universal de amor, y para que no
se extinguiera en nosotros nunca la esperanza, hasta que viniera Cristo,
nuestra Pascua, a darnos de nuevo la libertad, y así llegáramos a ser en el
espacio, el tiempo y la existencia: luz y fe y esperanza, y libertad para poder
amar.
Y Resucitó el Señor y nos entregó su
Espíritu y nació la Iglesia, y el hombre llegó a ser hijo de Dios.
Ahora, ha llegado de nuevo el Día que
burló a la noche, y han quedado fuera las tinieblas; salgamos, pues, vayamos
con Cristo y arranquémosle sus muertos al infierno, con la palabra del Señor.
Escuchemos abundantemente la palabra,
que nos introduzca en una más profunda comprensión del misterio de esta noche
santa. Las lecturas traen a nuestra memoria las grandes noches de la historia
de la salvación, en las que la luz de Dios viene para destruir las tinieblas.
La primera es la noche de la creación en la que sobre las tinieblas de la nada
irrumpe la vida celeste, y es creada la luz de Dios, y la última, es la noche
de la nueva creación, que nos da, el sentido espiritual de la Pascua, como dice
Filón de Alejandría. Dice san Pablo: “Vosotros sois creaturas nuevas” (cf. 2Co
5,16-20).
Según un targum[5]
encontrado en La Biblioteca Vaticana,[6] en
la primera noche: Dios se manifestó en el mundo para crearlo. El mundo no era
sino confusión y tinieblas difundidas por el abismo. Noche de la Creación, en
la que Dios ha liberado su obra, que estaba amenazada por las tinieblas. Había
una lucha entre la luz y las tinieblas. Y ésta fue la primera victoria, porque
la palabra de Dios era la luz que brillaba, y “las tinieblas no la
vencieron”. Ésta es la primera redención, en la que el mundo fue salvado:
Pascua de la Creación.
La segunda es la noche de Abraham; la
noche de la fe. Según el libro de los Jubileos,[7] fue
Abraham el que instituyó la Pascua al sacrificar un cordero en lugar de su
hijo. En la segunda noche, (continua el targum) Dios se aparece a Abraham,
cuando tenía 90 años, para cumplir la Escritura que dice: “¿Quizás Abraham
generará y Sara dará a luz?”
Cuando Isaac tuvo la edad de 37 años fue
ofrecido sobre el altar. Isaac pidió a su padre: “¡Átame, átame fuerte!, no sea
que por el miedo me resista; porque entonces tu ofrenda no será válida”. Isaac aceptó voluntariamente, ser
atado, y su Aquedah, obtuvo un mérito no sólo para él, sino también para
sus hijos. Por eso los hebreos rezan siempre diciendo: “Recuerda el aquedah
de Isaac”. Y los cristianos decimos: Recuerda los méritos de nuestro Señor
Jesucristo, el verdadero Isaac; pues también él fue atado. En la narración de
la pasión, Cristo es presentado atado ante el sumo sacerdote (cf. Jn 18,12).
Esta es la segunda noche. Y continúa
diciendo el targum que, cuando Isaac estaba amarrado sobre el altar, sometido libremente
a la voluntad de Dios, vio la perfección de la gloria. Mas como el hombre no
puede ver el cielo, porque no puede ver a Dios, salvó su vida porque confió en
Dios, pero se quedó ciego. Por eso dice la Escritura, que cuando Isaac era
viejo no fue capaz de distinguir a sus hijos, dando la bendición al segundo, en
vez de al primero (cf. Gn 27,1-45). Su ceguera no fue un castigo, sino la consecuencia
de una gracia, por la cual vio la gloria de Dios. En el Evangelio aparece esto
mismo con el ciego de nacimiento: “¿Quién ha pecado?” y Cristo dirá: “es para
que se manifiesten las obras de Dios; “si crees, verás la gloria de Dios.” (cf.
Jn 9,1). Feliz ceguera que le ha permitido ver la gloria de Dios. San Agustín
dirá: ¡Feliz culpa que mereció tan grande redentor! Feliz esta noche de
tinieblas que nos trae tan grande Luz. Pascua de la fe.
En la tercera noche, continúa el tárgum,
Dios visitó a Egipto. Su izquierda mató a los primogénitos de los egipcios,
y su derecha protegió a Israel, para que se cumpliese la Escritura: “Mi hijo
primogénito es Israel” (cf. Ex 4,22). Esta es la Pascua de Yahveh.
“En la cuarta noche el mundo viejo
llegará a su final para ser disuelto, y
en Cristo resucitado aparecerá la nueva creación. Los yugos de hierro
serán despedazados y las generaciones perversas serán derrotadas. Moisés subirá
de en medio del desierto y el Rey Mesías vendrá de lo alto. Uno caminará a la
cabeza del rebaño, y el otro a la cabecera de la nube; y su palabra caminará
entre ellos. Yo y ellos caminaremos juntos de nuevo, en la noche de Pascua para
la liberación de todo el mundo, cuando esté totalmente bajo la dominación de la
esclavitud, dice el Señor.” Es la noche de la nueva creación en Cristo, el
tiempo de la Iglesia, Esta noche se prolonga desde la primera a la última
Pascua de Cristo.
Las lecturas nos recuerdan también las
enseñanzas de los profetas sobre la Alianza, y las que preanunciaban la
universalidad de la salvación. Ayer todo era sueño y esperanza, y esta noche de
vela, ahuyentado el sueño, lo ha convertido todo en realidad.
¡Gloria a Dios en lo alto del
cielo! ¡Que suenen las campanas, porque en Cristo, hemos recibido la vida
nueva en el Bautismo!
¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
Esta es la buena noticia traída
por las mujeres. Lo hemos escuchado en el testimonio de los ángeles: « No os
asustéis. No temáis. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; no está aquí, en la soledad del
huerto donde fue sembrado su cuerpo. Ha resucitado de entre los muertos e
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. ¡Ha resucitado, no está
aquí!»[8]
Estas mismas palabras nos dirige el
evangelista a nosotros en esta noche santa: “¡No está aquí, ha resucitado!”
Si buscáis a Cristo, Jesús, el Crucificado, no tenéis por qué temer, porque ha
resucitado, constituido Espíritu que da vida. Fue bautizado en la muerte
y ha resurgido a la Vida Eterna. Fue talado en este huerto, pero ha brotado
como renuevo del tronco de Jesé; ha surgido como un vástago de sus
raíces.
El pastor que fue herido está de nuevo
al frente de su rebaño; va delante de nosotros abriendo camino y nos saldrá al
encuentro en el testimonio de la misión: ¡La muerte ha sido vencida y el pecado
ha sido perdonado! La vida precaria en este mundo ya no volverá a ser lo que
fue, porque se ha abierto una brecha en medio de la muerte fatal. La vida
celeste ha irrumpido en el infierno. La noche sempiterna se ha vuelto clara
como el día. Las cadenas de la esclavitud han sido rotas, y Adán se ha
desembarazado de su culpa. Por la generación nos alcanzó la condena de la
desobediencia, y por la regeneración de la fe, la gracia de la sumisión.
“Cristo ha resucitado, y con su claridad
ilumina al pueblo rescatado con su sangre”. Lo hemos celebrado en el simbolismo del Cirio pascual y lo
reviviremos con la aspersión y la inmersión bautismal, con la que la Iglesia
romperá aguas en estos niños que hoy serán bautizados. Vamos a recordar nuestro
bautismo y a renovar nuestra adhesión a Cristo; que el agua
caiga sobre nuestras cabezas como la sangre de Cristo empapó la tierra, y nos
purifique de nuestras faltas. Vamos a implorar también esta gracia para
todos los hombres.
Que el cuerpo y la sangre de Cristo
sacien el hambre de nuestro ayuno del mundo y sus vanidades y nos hagan un
espíritu con él. Él, es nuestra Pascua. Entremos con él en la muerte y
renazcamos con él glorificados. Sentémonos con él en la gloria a celebrar
su victoria.
¡Que lo abatido se levante, lo viejo se
renueve y vuelva a su integridad primera, por medio de nuestro Señor Jesucristo
de quién todo procede!
¡Él, que vive, y reina con el Padre, por
los siglos de los siglos![9]
[2] San Agustín: cf. Sermo Guelferb.
5.
[3] cf. Hb 2, 15.
[5] El Targum
es la versión sinagogal de la Escritura, leída en sus asambleas de oración, en
las que no se lee el texto Masorético ni el de los Setenta. P. Sacchi, Gli Apocrifi del Antico
Testamento, Torino, 1990.
[6] A.
Díez Macho, Targum Neophyti I. II Éxodo, 66-80, Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, Madrid-Barcelona, 1970.
[7] Libro de los Jubileos: Apócrifo del AT,
del 150 a. C. que rescribe la Biblia según el calendario solar y para el cual
la Pascua se celebraba siempre el martes por la tarde (miércoles) día de la
creación del sol y la luna que indican el comienzo de las fiestas.
[8] Benedicto XVI, cf. homilía de la
Vigilia Pascual 2007.
[9] Cf. Oración después de la séptima
lectura.
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