“La
Iglesia, norma de juicio ante las naciones”
(Mt
25, 31)
(Serán congregadas
delante de él todas las naciones)
Con
mucha frecuencia este texto es usado incluso por el Magisterio, como apoyo de
la incuestionable tesis, según la cual, en las obras de misericordia realizadas
en los necesitados, se encuentra al Señor. Pero la validez de esta
actualización y de otras similares, impide en ocasiones al texto expresar la
riqueza propia de su significado e incluso exponer tesis más específicas.
Este
texto tiene la virtud de presentar a los discípulos y por tanto a la Iglesia, como
analogía del Verbo encarnado en su misión salvífica, y como norma de juicio
ante las naciones, a través de la filiación divina que los constituye en “pequeños
hermanos de Cristo”, y miembros de su cuerpo místico.
El apelativo de “pequeños”, está suficientemente
aplicado en el Evangelio a los discípulos y a los enviado a asumir la acogida o
el rechazo de las naciones en nombre de Jesús: “Todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de
estos pequeños por ser
discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mt 10, 42), cf. (Mc 9, 41 y 42; Mt 18, 4 – 6. 10. 14; Lc 10, 21).
Mas si son sus hermanos, ¿por qué
los llama pequeñitos? Por lo mismo que son humildes, pobres y abyectos. Y no
entiende por éstos tan sólo a los monjes que se retiraron a los montes, sino
que también a cada fiel aunque fuere secular; y, si tuviere hambre, u otra cosa
de esta índole, quiere que goce de los cuidados de la misericordia: porque el
bautismo y la comunicación de los misterios le hacen hermano. (San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1).
Por muy somera que quiera hacerse la lectura de la
expresión: “estos” hermanos míos más pequeños, ésta, no es aplicable sin mas
a cualquier tipo de pobres y necesitados de la tierra, a quienes su
indigencia no redime sin más, de su posible precariedad espiritual: pasiones,
perversiones e idolatrías. Este apelativo implica una pertenencia a Cristo: “Todo aquel que os dé de beber un vaso
de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su
recompensa” (Mc 9, 41); cf.(Mt 10, 42). Además, el adjetivo “estos”,
sitúa en el discurso al grupo de los “hermanos más pequeños”, separadamente al
grupo de la derecha y al de la izquierda, frente a las nacionesy fuera de ellas, porque constituyen un sujeto distinto a
aquellos a quienes se aplica la bendición o la maldición. El calificativo
de “hermanos míos”, corresponde más
bien, al de “hijos del Padre celeste”, a los cuales Cristo pone la premisa del
amor a sus enemigos para merecerlo, (Mt 5, 44).
Implica además la posesión del espíritu del Hijo, y no sólo la condición
de meros menesterosos y desheredados.
Libremente podíamos entender que
Jesucristo hambriento sería alimentado en todo pobre, y sediento saciado, y de
la misma manera respecto de lo otro. Pero por esto que sigue: "En cuanto
lo hicisteis a uno de mis hermanos", etc. no me parece que lo dijo generalmente
refiriéndose a los pobres, sino a los que son pobres de espíritu, a quienes
había dicho alargando su mano: "Son hermanos míos, los que hacen la
voluntad de mi Padre" (Mt 12,50). San Jerónimo.
A sus
“hermanos más pequeños”, Cristo ha dicho: “Quien a vosotros recibe a mí me
recibe” (Mt 10, 40). “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha”
(Lc 10, 16). Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian; a
todo el que te pida, da y al que te robe lo que es tuyo, no se lo reclames”,
(cf. Lc 6, 27 – 35). Es a “las naciones” a quienes dice: “Tuve hambre –en la
persona de mis hermanos más pequeños- y no me distéis de comer, tuve sed y no
me distéis de beber”, y lo que sigue. Sois benditos, o malditos, porque en
“estos”, mis enviados, me recibisteis o me rechazasteis a mí.
Se escribió a los fieles: "Vosotros sois cuerpo de Cristo"
(1Cor 12,27) Luego así como el alma que habita en el cuerpo, aun cuando no
tenga hambre respecto a su naturaleza espiritual, tiene necesidad, sin embargo,
de tomar el alimento del cuerpo, porque está unida a su cuerpo, así también el
Salvador, siendo El mismo impasible, padece todo lo que padece su cuerpo, que
es la Iglesia. (Orígenes, in
Matthaeum, 34).
También el Israel fiel a la primera Alianza, es un
pueblo de hermanos de Jesús distinto de las naciones, pero distinto también
hasta el presente de “sus hermanos más pequeños” por quienes será
juzgado: “Yo os aseguro que vosotros
que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente
en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel”. (Mt 19, 28).
Con el nombre de ángeles designó
también a los hombres, que juzgarán con Cristo, pues siendo los ángeles nuncios,
como a tales consideramos también a todos los que predicaron a los hombres su
salvación. (San Agustín, sermones, 351,8).
La
interpretación de la expresión: “mis
hermanos más pequeños” referida únicamente a los pobres y menesterosos,
implica una concepción secularista, por la que la Iglesia carece de su carácter
“sacramental de salvación”, que a la vez relativiza su misión evangelizadora,
que como dice Cristo en el Evangelio, aporta una verdadera “regeneración” al
mundo, que ha perdido la Vida como consecuencia del pecado. En caso contrario,
bastarían las obras asistenciales de filantropía que cualquier hombre puede
realizar sin necesitar de Jesucristo, para ayudar al mundo. El envío que Cristo
resucitado hace a sus discípulos a todas las naciones, de modo que “el que crea se salvará y el que se resista
a creer se condenará”, queda sin sentido por la interpretación
secularizante que elimina toda componente trascendente y escatológica de la
predicación cristiana.
Si
es suficiente el ejercicio de las obras asistenciales, ¿dónde quedan la fe, el
perdón de los pecados y el testimonio? (Mt 10, 32s); ¿dónde la redención de
Cristo, el don del Espíritu y la vida nueva? ¿Para qué el “vosotros sois la sal
de la tierra, la luz del mundo y el fermento? La misión de la Iglesia se
reduciría a una función asistencial, a la que tristemente es reducida la
pastoral de muchas de nuestras asociaciones clericales olvidando de hecho su
misión fundamental.
Frente
a esta Palabra, los creyentes, no sólo deben tomar conciencia de su realidad
ontológica de ”hijos del Padre” y de “hermanos de Cristo”, sino también de su
misión de “pequeños”, mediadora de la salvación de Cristo a las naciones: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe”.
Misión de destruir la muerte del mundo en sus propios cuerpos, constituidos en
miembros de Cristo, pues “mientras nosotros morimos, el mundo recibe la vida”,
(cf. 2Co 4, 12).
Esta
palabra hace presente la misión salvadora de la Iglesia y exhorta a los fieles
a permanecer unidos al grupo de los “hermanos más pequeños de Jesucristo, que
la han encarnado en el mundo, siendo por tanto objeto del rechazo o de la
acogida de los hombres, como lo ha sido Cristo mismo.
Los
cristianos, con el espíritu de Cristo, han hecho presente en sus cuerpos la
escatología. Sobre ellos se ha anticipado el juicio de la misericordia divina
(Jn 3, 18). Son conscientes de haber acogido al Señor, y ahora triunfantes por
haber permanecido unidos a la vid, son norma de juicio para las gentes y
paradigma de salvación o de condenación, frente al que serán medidas “todas las
naciones” (Mt 25, 35 y 36. 42 y 43).
Cuando
un cristiano o una comunidad cristiana escucha la proclamación de esta Palabra,
debe saberse situar en el grupo de los “pequeños hermanos del Señor”. Debe ser
consciente de la salvación que gratuitamente ha recibido y de la cual vive.
Debe recordar perfectamente los padecimientos sufridos por el testimonio de
Jesús y sobre todo las consolaciones de haber visto su mensaje acogido por
tanta gente, sobre la que ha visto irrumpir el Reino de Dios y el gozo del
Espíritu Santo, cuando como “siervo inútil”, ha encarnado al mensajero de la
Buena Noticia.
Por
eso, al escuchar esta Palabra y ver que aún es tiempo de salvación y de
misericordia, su celo se robustece pensando en aquellos que aún no la han
conocido. Su vigilancia se renueva, pues por nada quisieran abandonar el lugar
privilegiado cercano a su Señor en el día del juicio y por toda la eternidad; ni
dejar su puesto en la Iglesia o ser despojados de él por el enemigo que
constantemente “ronda buscando a quien
devorar”. Contemplan también las obras santas que les concede realizar
Aquel que los conforta, por el cual están crucificados para el mundo, y no
viven ya para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos.
Son ellos,
los hambrientos por Cristo, los desnudos, los presos, los enfermos, en los que
Cristo es acogido o rechazado. No es ya su vida la que viven, sino que Cristo
vive en ellos. Pero si al escuchar esta Palabra, caen en la cuenta de que ya el
Maligno les ha desposeído de su puesto junto a los “hermanos más pequeños”, si
ya se ven grandes y opresores, e hijos de otro padre, esta Palabra les llama
nuevamente, porque cuando nosotros somos infieles, Él, permanece fiel.