SALMO 1
Los
dos caminos.
Feliz
el hombre que no sigue el consejo de los malvados
ni
anda mezclado con los pecadores
ni
en el grupo de los necios toma asiento,
sino
que se recrea en el camino del Señor,
susurrando
su enseñanza día y noche.
Será
como un árbol plantado junto a las acequias,
da
su fruto en sazón, su fronda no se agosta.
Todo
cuanto emprende prospera:
pero
no será así con los malvados.
Serán
como tamo impulsado por el viento.
No
se sostendrán los malvados en el juicio,
ni
los pecadores en la reunión de los justos.
Pues
el Señor conoce el camino de los justos,
pero
el camino de los malvados se extravía.
Al
igual que un libro suele comenzar con una introducción que busque centrar el
resto del contenido, podría considerarse este salmo, como preámbulo del Salterio,
invitando al pueblo a disponerse, para emprender el camino vital de la piedad,
mediante una meditación íntima y constante como la oración, de las enseñanzas
divinas que fecunden profundamente las sequedades del corazón. Como dijo Orígenes:
“¿Qué mejor comienzo del Salterio que esta profecía y alabanza del hombre
perfecto en su relación con el Señor?” También Hipólito lo alaba diciendo: “Magnífico
salmo para empezar el Salterio: expresando la esperanza de la felicidad, la
amenaza del juicio, y la promesa de la incorporación al misterio de Dios”. [1]
El
hombre formado en la enseñanza del Señor, encuentra ante sí un camino llano y
suave, capaz de conducir su vida a la meta anhelada del alma, dando sentido a su
existencia, aun en medio de una vida no exenta de acontecimientos contrarios e
incluso sufrimientos notables, que no contradicen su auténtica realización
humana. No sólo podemos referirnos al respecto a nuestro Señor Jesucristo, el
Siervo sufriente y a su Madre Dolorosa traspasada por la espada del dolor según
le fue profetizado; también podemos considerar la vida de grandes hombres y
mujeres; de santos y vidas ejemplares a quienes no ha faltado la contradicción,
sin que podamos dejar, por eso, de considerarlos “felices” y eternamente
dichosos. La pretensión de una vida pletórica de bienestar, abandonando el camino y el yugo
del Señor, sólo conduce al precipicio. “Entrad
por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha
la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo
encuentran.” “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida.”
Enfrentando
a malvados, pecadores, y necios, con los justos, de los que forma parte el
hombre considerado “feliz”, el salmista parece referirse más que a la relación
entre fieles y paganos, a la existente con facciones al interno de la
comunidad, que se han apartado de la justicia de la ley, tratando de hacerles
entrar en sí mismos para que vuelvan a la cordura, anatematizando su desvarío.
No se trata de descalificar la debilidad humana
de la que ni siquiera están exentos los “justos”, y a los que sus faltas no
excluyen de la inmensa misericordia divina, se trata conmover a quienes se
instalan en la perfidia de la maldad. Como dice la Escritura: La maldad es
necedad, y la necedad locura. Mientras la justicia desborda vitalidad para
vencer las pruebas, y produce fruto constante por su unión con el Señor, la
impiedad hace al hombre inconsistente.
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