SALMO 127
(126)
Abandono en la
Providencia
Si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigila la guardia.
En vano os levantáis temprano
y después retrasáis el descanso
los que coméis pan con fatiga,
¡si se lo da a su amado mientras duerme!
La herencia del Señor son los hijos,
su recompensa el fruto del vientre;
como flechas en mano de un guerrero
son los hijos de la juventud.
Feliz el varón que llena
con ellas su aljaba;
no se avergonzará cuando litigue
con sus enemigos en la puerta.
Abrir
los ojos para Israel y contemplarse lejos de Egipto y libres de la esclavitud,
en medio de una tierra propia, formando parte de un pueblo con sus
instituciones, tradiciones y leyes, no puede sino hacerle elevar su corazón de
gratitud y amor del Señor, que lo ha hecho posible: Maravillaos como me
maravillo yo; ayer esclavo en tierra extraña y hoy libre en el reino de mi
Padre. Olvidarse de esta realidad es renegar no sólo de su fe, sino del sentido
mismo de su existencia. Pan cotidiano y descendencia son dones de Dios, como
apostilla la Biblia de Jerusalén al introducir este salmo. Casa e hijos, son
familia, y pueblo; ciudad y patria; templo y oración.
El
recorrido de su historia como pueblo de la fe, estará condicionado por su
confianza en Dios, y se torcerá cuando se apoye en los ídolos del mundo, pretendiendo
ser un pueblo como los demás pueblos. Por el contrario, ser una comunidad que
hace de su vida: sus cantos, sus penas y sus alegrías, un culto de santidad al
Dios que se le ha manifestado como padre amoroso, le hará entonar este salmo,
cantando e implorando al Señor, poniéndolo como fundamento, constructor y custodio
protector de la edificación no sólo de la casa, sino de la familia misma,
corazón entrañable de la entera comunidad de fe, de la ciudad y la nación. No
basta levantar la casa; debe ser sólida en sus fundamentos y en su
construcción. Los hijos son un don imprescindible, pero no es suficiente
engendrarlos, hay que enraizarlos en el amor del Señor, mientras se tiene el
vigor de la juventud.
Si
aplicamos el salmo a Salomón, como su posible autor material, la casa se
convertirá en una evocación del templo, y los hijos, en el vigoroso fructificar
del pueblo en la fe y la confianza en el Señor, sin las cuales todo es vanidad
como diría Cohélet; y el arduo trabajo cotidiano sería insignificante, frente a
quienes han encontrado su reposo en el Señor.
Eso
nos dice el verdadero Salomón, Cristo Jesús, Señor nuestro, en quien
reconocemos al verdadero inspirador del salmo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré
descanso para vuestra alma, porque mi yugo es suave y mi carga ligera. No
andéis preocupados por vuestra vida: qué comeréis, qué beberéis, con qué os
vestiréis, que por todas esas cosas se afanan los gentiles y ya sabe vuestro
Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el Reino de
Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
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