No llevéis bolsa ni dinero
Impulsado
por el celo por la evangelización que el Señor ha concedido al Camino
Neocatecumenal, el Equipo responsable a nivel mundial encabezado por el
iniciador del Camino: Kiko Argüello, ha convocado este año de 2017, un
envío, de evangelizadores, de dos en dos, en todo el mundo, para anunciar el Amor
de Dios, nación por nación, a la que también el Camino Neocatecumenal en México
se ha unido en el pasado mes de julio, enviando cerca de cien equipos a
evangelizar, de los que ahora presentamos una síntesis recogiendo su
experiencia.
Reunidos
para la evangelización juntamente los catequistas itinerantes, presbíteros, seminaristas,
y algunos hermanos invitados, se organizó la misión por todo el territorio mexicano,
para llevar el anuncio del Amor de Dios en Jesucristo, a cuantos encontraran,
durante un tiempo de gracia, en el que de dos en dos, “sin bolsa ni dinero”
como “los pequeños hermanos del Señor”, llevaran la Paz, y encarnaran en sus
cuerpos el hambre, la sed, la desnudez, la enfermedad, la prisión, el rechazo,
o la acogida de Cristo, que los envía en virtud de su bautismo.
Así formó nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, según
nos narran los Evangelios, enviando primero a los doce y después a los setenta
y dos, por delante de él, a los lugares a donde él mismo pensaba ir. Así
también han partido estos hermanos, confiados solamente en la palabra del Señor
y en su providencia, porque "el
obrero merece su salario", apoyados en aquellas palabras del Señor: "quien a vosotros os recibe me recibe a
mí, y quien a vosotros os rechace me rechaza a mí y a aquel que me ha enviado”.
El hecho de vivir
unos días colgados tan sólo de la confianza en Dios,
con la disponibilidad de acoger sobre sí, el rechazo o la aceptación de las
personas que encuentran, aceptando la precariedad física y espiritual del
desasimiento radical, abiertos a la incomprensión o al reconocimiento de la
gente, y remitiendo todo a Dios como causa primera de los acontecimientos y
situaciones en las que se encontrarán, y como proveedor de toda subsistencia,
cosa que en la vida cotidiana queda desvanecida por la sobreabundancia de
medios y dones con los que somos bendecidos, es ciertamente una metodología
revelada en los Evangelios, para formar en el seguimiento de Cristo, desnudos
de cualquier seguridad que no sea aquella que impulsó a Abraham cuando dijo: "Dios proveerá".
En el trascurso de la
misión, todo lo que en el mundo parece obvio y se da por
descontado, se revela entonces pendiente de que Dios se manifieste hasta en los
detalles más nimios. Cada pensamiento o razonamiento que habitualmente se
acepta como postulado de la fe, sin necesidad de demostración alguna: la misma existencia
o la providencia divina, se someten entonces a un escrupuloso cuestionamiento,
por parte de quien se insinúa en lo más profundo del espíritu tratando de
descalificar toda creencia y toda certeza humana, arraigada por la acumulación
de innumerables testimonios que resalen a la más antigua experiencia y tradición
humanas, familiares o religiosas de la fe.
Cuando al trabajo espiritual
interior, se une una situación de precariedad inmediata
que toca la carne en las múltiples limitaciones corporales, se produce una
acentuación de la situación de crisis, que es necesario combatir desde la fe,
como obsequio de la mente y la voluntad al Dios que se nos ha manifestado amor,
gracia y misericordia, sin aferrarse a la soberbia de una razón ebria de sí. En
esta dialéctica se va anclando la fe, lanzando amarras seguras para la
existencia cristiana, y reduciendo prácticamente a la nada el recurso a la
alienación, tan asequible en la cotidianidad de la vida, incluso de una pía
religiosidad.
Asomarnos por un instante y compartir
el sufrimiento de las gentes que gimen bajo la tiranía de los demonios,
contemplar la miseria humana y el poder del amor y la misericordia del Señor,
nos hacen vislumbrar ya desde ahora, el fin de la historia humana y la
irrupción definitiva del Reino de Dios, en el que serán saciadas todas las
ansias de justicia y santidad del corazón humano, y se alcanzarán los frutos de
Paz que el Espíritu de Dios derrama sobre sus hijos para una vida eterna.
Estos “pequeños” misioneros, han unido
la Caridad a su ascesis. Gran cosa ha sido su sometimiento a la providencia
divina, que supone la exposición del propio cuerpo a la precariedad física del
hambre, la desnudez, la fatiga y las inclemencias del tiempo, y a la
precariedad espiritual del desasimiento total, sin un lugar de acogida, sin
ninguna posición social: familiar o institucional; sin bolsa ni dinero; sin
otro equipaje que la Escritura, la liturgia de las horas, el Santo Rosario y la
Cruz del misionero. Gran cosa, ciertamente, pero sólo como esqueleto que ha
sostenido su Caridad encarnada, por la que descendiendo a las profundas
mazmorras de la miseria moral del desamor, y de la esclavitud espiritual
humana, compartiendo los sufrimientos de la culpa, el rechazo y la marginación,
han alcanzado para estos descartados de una sociedad opulenta, satisfecha e
indiferente, los auxilios del consuelo, la esperanza y la Misericordia divina
de los cuales eran portadores carnal y espiritualmente.
El gran descubrimiento de esta misión
ha sido el contemplar el hambre de amor que oprime el corazón de los más
miserables, rechazados y desesperados de toda misericordia, a los que el Señor
se ha acercado como “pequeño” en los
pequeños: iconos de su caridad misericordiosa, para mostrarles la justicia de
su amor. Apenas una gota de agua no calma la sed del desierto, pero nos muestra
la cercanía de la fuente que mana a raudales, para cambiar en un vergel nuestro
reseco corazón. Se enciende la esperanza de un nuevo amanecer en medio de las
oscuras tinieblas de una noche interminable. El Día está encima y somos
invitados a revestirnos de las armas de la luz, para andar en pleno día con
dignidad. Unámonos al gemido más profundo del Espíritu y de la Esposa que
claman al unísono: ¡Ven Señor!
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