Domingo 13º del TO C

 Domingo 13º del TO C

(1R 19, 16b.19-21; Ga 4, 31b-5,1.13-18; Lc 9, 51-62) 

Queridos hermanos: 

          Hoy la palabra nos presenta la llamada y el seguimiento para la misión. Ya desde el Antiguo Testamento, como dice la primera lectura, es Dios quien designa, llama y unge a los profetas y a los reyes, como hará después Cristo con los apóstoles y los enviados para el anuncio del Reino, como una elección ante la cual todo debe ser pospuesto. La llamada y el envío no dependen de nuestra iniciativa, sino de la voluntad libre, del amor de Dios, a la cual se debe responder también libremente, con la obediencia de nuestro amor. El que está todavía esclavo de este mundo y sus concupiscencias no puede responder a esta llamada que supone siempre un negarse a sí mismo.

Hay muchas motivaciones para querer seguir a Cristo y muchos pretextos para postergar su llamada. Seguir a Cristo, poner la propia vida a su servicio, supone una renuncia superior a la naturaleza caída, que sólo la gracia particular de la llamada del Señor hace posible, permitiendo al hombre negar los imperativos de la carne que desea realizarse humanamente con el éxito, la estima de los otros, el afecto humano, y el bienestar engañoso que le ofrece el mundo.

Es Dios quien discierne y llama a quien quiere, dándole su gracia, pero es el hombre quien libre y diligentemente debe responder acogiendo la gracia que se le ofrece, sin mirarse a sí mismo, sino al que lo llama; gracia que lo sitúa con su respuesta en el lugar que le corresponde, por encima de intereses y prioridades humanas.

Quienes Cristo ha liberado, como dice la segunda lectura, pueden ya no vivir para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por todos. Si hemos recibido una vida nueva en él, por su Espíritu, vivimos para él, de manera que el Evangelio llama “muertos” a quienes no han recibido aún esta vida. Los lazos de la carne y de la sangre han quedado atrás, de forma que a quienes empuñan el arado de la misión, para abrir surcos a la semilla de la Palabra, no les es posible avanzar, si continúan ligados a lo carnal, que les retiene anclados al pasado anterior a la vida nueva en Cristo, que los esclaviza y los paraliza por el miedo a la muerte (cf. Hb 2, 15). “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios.” Por eso, como dice San Pablo: “Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta” (Flp 3, 13).

La Eucaristía viene en nuestra ayuda invitándonos a acoger a Cristo que sube a Jerusalén y a subir con él, que ha venido a abrir las puertas del Reino a quienes gimen en la esclavitud del diablo, a los cuales nos envía diciendo: “Deja a los muertos que entierren a sus muertos; tu vete a anunciar el Reino de Dios.” 

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                                     www.jesusbayarri.com

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