Domingo 19 del TO B (ver miércoles 3ª s. de
Pascua)
(1R
19, 4-8; Ef 4, 30-5, 2; Jn 6, 41-52)
Queridos
hermanos:
Hoy la Palabra se nos presenta como un
pan en el desierto con el que se nutre durante cuarenta días Elías, como en
otro tiempo Moisés, como lo fue durante cuarenta años el pueblo en el desierto y
también Cristo.
“No solo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Todo pan nutre la vida del
hombre por un tiempo y después perece; Dios les dio el maná a los israelitas
durante cuarenta años, y murieron unos en el desierto y otros en la tierra
prometida. Dios dio a Abraham la promesa y la ley cuatrocientos años después a
Israel, pero siguieron muriendo sin ver su pleno cumplimiento. Sólo en Cristo
se anuncia un pan que no perece y un alimento que sacia: «Yo soy el pan que
ha bajado del cielo. Yo soy el pan de vida; este es el pan que baja del cielo,
para que quien lo coma no muera; es
mi carne por la vida del mundo.» Lo ha dicho san Pablo en la
segunda lectura: «Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y
víctima.» Cristo ha recibido una carne para entregarse por el mundo: “Me
has dado un cuerpo para hacer tu voluntad” (cf. Hb 10, 5-7) Comer la carne
de Cristo es entrar en comunión con su cuerpo, con su entrega, y por tanto alimentarse
con la voluntad de Dios.
La carne de Cristo, la entrega de
Cristo, el donarse de Cristo, es pues, el alimento de la vida definitiva que
ansía el corazón humano y que el mundo necesita, porque tanto el que lo da y el
que lo acepta, reciben vida. Pero hemos escuchado a Cristo que dice: «Nadie
puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae;» El Padre atrae hacia Cristo, pero lo hace con
lazos de amor, y no de constricción, a los cuales debe responder el albedrío de
nuestro amor. Nuestro corazón debe querer ser atraído hacia Cristo, tener en él
nuestra delicia, y el Padre que ve los deseos de nuestro corazón, nos lo
concederá como dice el salmo: “Sea el Señor tu delicia y el te dará lo que
pide tu corazón” (Sal 36,4).
El poeta Virgilio decía: «Cada cual es
atraído por su placer» (Virgilio, Egl., 2). Nosotros hoy, diríamos por
su amor, por aquello que ama. Por eso dice Cristo: permaneced en mi amor; y la
carta a los efesios nos exhorta: “Vivid en el amor como Cristo nos amó y se
entregó por nosotros como oblación y víctima.” Vivid en la entrega con la que Cristo se
entregó.
Hoy somos invitados en la Eucaristía a
entrar en comunión con la carne de Cristo que se entrega por la vida del mundo
y en la que recibimos vida eterna.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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