Jueves de la Octava de Pascua
(Hch 3, 11-26; Lc 24, 35-48)
Queridos hermanos:
Hoy la palabra está en continuidad con
la que escuchamos ayer, destaca sobre todo la importancia de la celebración de
la palabra, insistiéndonos en la importancia de poner en común los
acontecimientos proclamando la palabra,
y las vivencias, el eco, de la Pascua en nosotros; las experiencias del “paso” del
Señor entre nosotros, mediante la acción de su Espíritu, fortaleciendo así los
lazos de la comunión entre nosotros. No hay otra actividad que pueda compararse
a la de estar juntos y saborear los efectos concretos de la presencia del Señor
en los hermanos. La experiencia de la Iglesia en este hacer presente las
vivencias del paso del Señor, están registradas en las Escrituras como acabamos
de escuchar: “Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en
medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»”
Cristo ha muerto y ha resucitado para
que nuestros pecados sean borrados, y la misión de la Iglesia es llevar este
acontecimiento a todos los hombres mediante el testimonio de los discípulos. La
resurrección de Cristo, es buena noticia de salvación que es manifestada en
primer lugar por Cristo mismo a los testigos elegidos por Dios, como vemos en
el Evangelio, salvación que se alcanza mediante la fe. La primera lectura
presenta a Pedro dando testimonio de la resurrección y amaestrando a la gente
con la sabiduría, la ciencia y la inteligencia sobre los acontecimientos, por obra
del Espíritu Santo que le ha sido dado, haciendo una interpretación de la
historia a la luz de la fe.
La resurrección no destruye la
encarnación convirtiendo a Cristo en un mito y disolviendo así el misterio de
la cruz y por tanto el de la Redención. Al contrario, la completa, con el
testimonio de la glorificación de la naturaleza redimida y con la glorificación
de Dios en la plenitud de su obra. Por eso, en Cristo resucitado subsisten,
aunque gloriosas, las llagas de su pasión.
“Sobresaltados y asustados, creían
ver un espíritu. Pero él les dijo: « ¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan
dudas en vuestro corazón? Mirad mis
manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne
y huesos como veis que yo tengo.»”
La palabra nos habla del miedo de los
discípulos ante la sorpresa de ver aparecer al Señor, miedo que seguramente el
Señor va a tener a bien ahorrarnos a nosotros, esperando, en cambio, nos
conceda la alegría de su Espíritu, aunque nos ocurra como a los discípulos que:
“no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados”.
Quién no ha dicho alguna vez ante una buena noticia: ¡No me lo puedo creer! Siendo la alegría un fruto del Espíritu, no
pueden achacarse sus dudas a una falta de fe. El gozo que supone el encuentro
con Cristo resucitado, es de unos efectos sobrenaturales tales, que las
potencias del alma se reconocen ajenas a lo que experimentan, y suspenden su
capacidad de afirmar la veracidad de lo que perciben. Las acciones del Señor en
favor nuestro, sobrepasan frecuentemente nuestras pobres expectativas,
llenándonos de sorpresa como le sucedió a Pedro: “Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador.”
Las
experiencias de los sentidos quedan relegadas a un segundo plano, o incluso se hacen
totalmente insignificantes, en relación a las experiencias sobrenaturales de la
fe, como en el caso de Tomás: «Porque me has visto has creído. Dichosos los
que no han visto y han creído» (Jn 20, 29).
Como en los discípulos de Emaús, el
recuerdo abstracto de las Escrituras que tienen los discípulos, está desligado
del presente, quedando así privadas de la capacidad de actualizarse, iluminando
e integrando los acontecimientos de la historia, con su particular expectativa
acerca del Mesías. Esta será la acción del Espíritu Santo, mediante el cual,
Cristo abre sus inteligencias para comprender las Escrituras. “El Cristo
debía padecer y entrar así en su gloria, y se anunciaría en su nombre la
salvación”. El pasado de las
profecías está unido al presente del acontecimiento pascual y al futuro de la
misión.
Que este sacramento de nuestra fe, nos
conduzca al encuentro con Cristo resucitado, en quién también nuestra cruz es
luminosa y da gloria a Dios.
Que así sea.
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