El Inmaculado Corazón de la Virgen María
Is 61, 9-11; 2Co 5, 14-21; Lc 2, 41-51
Queridos hermanos:
Esta festividad instituida por Pío XII en el año 1944, acompaña a la del Corazón de Jesús, al que
está unida como lo estuvo desde su concepción, nos ayuda a contemplar las
gracias con las que María fue adornada, rindiéndole un culto propio de
hiperdulía, por la santidad de su relación incomparable con Dios, madre del
Hijo encarnado y esposa del Espíritu Santo.
Todo en María nos remite al amor de Cristo, como expresa el
Evangelio de las bodas de Caná, al decirnos: “Haced lo que él os diga”, y siguiendo su ejemplo de “guardar y
meditar su palabra en su inmaculado corazón”. Ella, la bendita por haber creído
cuanto le fue anunciado de parte del Señor.
De su inmaculada concepción deriva su inmaculado corazón, redimido
el primero en vista de los méritos de Cristo, y en orden a su llamada a dar a
luz al Salvador del mundo.
El evangelio de hoy nos presenta a la madre, comenzando a
vislumbrar el resplandor de la espada que atravesará su alma, separándola por
tres días del hijo de su amor, hasta reencontrarlo de nuevo en la casa del
Padre, a la que también ella será asunta para nunca más volver a separarse sus
corazones. Corazón sagrado del Hijo, e inmaculado de la madre.
También nosotros somos implicados en esta conmemoración,
que nos llama a la esperanza de ver realizarse en nosotros este misterio de
salvación por el que el Hijo ha sido encarnado y la madre preservada de todo
mal.
Dichosos también nosotros que creemos lo que nos ha sido anunciado de parte del Señor: Que el Espíritu Santo descendería sobre nosotros, siendo cubiertos por el poder del Altísimo, para engendrar en nosotros un hijo de Dios. Nuestra pobreza, gracias al don de Dios, no será impedimento a su promesa, como no lo fue la pequeñez de María.
Que así sea.
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