Domingo 5º de Cuaresma C
Is 43, 16-21; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11.
Queridos hermanos:
En
medio de este desierto contemporáneo de la Cuaresma, que mira al Bautismo en la
Pascua, la palabra nos presenta el agua viva del Espíritu, que brota a
borbotones en una tierra árida y seca donde reina la muerte, para transformarla
en un vergel, llevándonos al conocimiento de Cristo, que en san Pablo se hace
comunión con sus padecimientos, como dice la segunda lectura.
Israel
se encuentra en el destierro por haberse alejado de Dios. Tiene el fruto de sus
pecados en las manos como la adúltera, pero es invitado a mirar hacia adelante
y confiar en el amor de Dios, que tuvo poder para conducir a su pueblo por el
desierto en medio de grandes prodigios y ahora les abre un camino de retorno.
Cristo ha venido a proclamar el “año de gracia del Señor”, pero los
judíos que se creen justificados y no necesitados de la misericordia sino de
justicia, piden a Cristo anticipar el
juicio sobre aquella mujer por motivos espurios. Entonces Cristo viene a
decirles: Mi tiempo, es tiempo de gracia para quien acoja al “enviado” para
actuar la misericordia divina, y crea en él, y tiempo de asumir en mi propio cuerpo,
la venganza que los enemigos merecen por sus pecados. Cuando termine este
tiempo de gracia, “tiempo de higos”; tiempo de la dulzura del verano, de
sentarse junto a la parra y la higuera, y llegue el tiempo de juicio, lo será
para todos, pero sobre todo para quienes rechazáis mi oferta de misericordia.
¿Por qué debo juzgar sólo a esta mujer y no también al que adulteró con ella y de
un jalón a todos vosotros? Si queréis anticipar la hora del juicio, de acuerdo,
pero será para todos y comenzaremos por los más viejos.
Entonces, como dice el libro de
Daniel: “se abrieron los libros”, y el
dedo del Legislador que escribió la ley de santidad sobre las tablas de piedra,
comenzó a escribir sobre la arena, las sentencias a los acusadores, convertidos
ahora en los primeros acusados, y como nos ocurre a nosotros, aquellos judíos,
más dispuestos a juzgar que a ser juzgados, inmediatamente perdieron todo interés
en el asunto, y comenzaron a escabullirse dejando sola a la mujer con el Señor.
Como decía la primera lectura, Cristo
mediante el perdón, abre un camino de retorno a la adúltera, figura de todos
nosotros sorprendidos “in fraganti”, para
que abandonando sus pecados, pueda lanzarse hacia la meta en el amor de Cristo,
que rompe la muerte y cambia la condena en gracia. Él se ha hecho como dice San
Pablo, “nuestra justicia”, por el
perdón de los pecados. En él podemos ser justificados. Recordemos sus palabras:
“No juzguéis y no seréis juzgados; no
condenéis y no seréis condenados”
La Ley, ante la imposibilidad de
cambiar el corazón del pecador, lo aniquilaba, pero Cristo con la gracia de la
fe, obtiene el perdón, anula el pecado, salva de la muerte, y con el don del
Espíritu Santo, regenera al pecador dándole un corazón nuevo, en el que el
fuego del amor grava su ley en sus tablas de carne.
La Cuaresma es tiempo de misericordia y camino de esperanza en la promesa que ya se divisa; tiempo de preparar la blancura del vestido nupcial y de vigilar, no sea que se cierre la puerta ante nosotros.
Proclamemos
juntos nuestra fe.
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