Domingo de Pascua

 Domingo de Pascua (misa del día)

Hch 10, 34a.37-43; Col 3, 1-4 ó 1Co 5, 6-8; Jn 20, 1-9, o el propio de la Vigilia, o en las misas vespertinas: Lc 24, 13-35. 

Queridos hermanos: 

           En este primer día de Pascua, el Evangelio nos presenta a los dos discípulos grandes amantes del Señor, a los que el amor hace percibir la presencia del amado anticipándose al testimonio de los sentidos. María Magdalena es la primera discípula en llegar al sepulcro, y la primera en ver y anunciar al Señor a los apóstoles; la primera en descubrir la tumba vacía, y poner en movimiento a los apóstoles. El apóstol Juan, evangelista y místico teólogo, se nos presenta en su pureza casta, modelo inolvidable para esta generación tristemente enfangada y descreída, impedida para alzar el vuelo de la contemplación del Señor resucitado. Ver y creer fue su actitud ante la tumba vacía, que nos confirma el testimonio interior, que el Espíritu del Hijo daba a su discípulo amado.

          ¡Es el Señor! El amor se adelantaba siempre a la percepción de los sentidos, limitados como están en su pequeño mundo físico, frente a los horizontes infinitos del espíritu que se abren a quien ama. Hijo del trueno por su celo, águila por su elevación de miras y de vuelos; contemplador privilegiado de la gloria y la agonía de Cristo, había recibido la gracia de acoger a María, la Virgen madre, junto a la cruz de su hijo, y el hoy considerado apóstol del Asia Menor y confesor invicto, nos presenta también su sumisión filial, ante la elección recibida por Pedro, dándole precedencia para el testimonio, no sólo de la resurrección, sino de todo el misterio de nuestra salvación, como dice la primera lectura.

          Pescador de hombres por designación profética divina, recibió del Señor la promesa de sentarse a juzgar a las doce tribus de Israel. Él, que pretendió sentarse junto a Cristo en su reino, fue revestido de paciencia para esperarlo aquí hasta su retorno glorioso, si tal hubiera sido la voluntad de su maestro.

          Cristo ha resucitado y se manifiesta a quienes lo aman, para que su testimonio brote de un corazón vigilante que intuye su presencia, más que de la percepción de los sentidos. Elevemos, por tanto, nuestro corazón a las alturas celestiales para encontrar a Cristo, vida nuestra, como dice la segunda lectura, en espera de su retorno glorioso. 

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

 

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