Jueves 7º del TO
Mc 9, 40-49
Queridos hermanos:
El
Señor acompaña a sus enviados que le pertenecen por la fe y se identifica con
ellos en su misión, de forma que acogerlos es acogerle a él, según aquello de: “cuando lo hicisteis con uno de estos mis
hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis, porque en ellos tuve hambre y me
distéis de comer,” y lo que sigue. Rechazarlos, es también rechazarlo a él,
como se dijo a san Pablo: “por qué me
persigues”.
Ante esta identificación con Cristo, el
discípulo es consciente de la gracia y de la responsabilidad de sus actos en
relación a su propia vida, y en relación al testimonio de Cristo que está
llamado a asumir ante el combate frente al mundo, el demonio y la carne.
Para esto ha sido
constituido como sal junto a sus hermanos, sazonando el sacrificio de su
caridad en la cruz del sufrimiento a semejanza de la de Cristo, origen de nuestra
paz: “De modo que la muerte actúa en
nosotros, mientras en el mundo la vida” (cf. 2Co 4, 12). La capacidad de
sufrimiento, permite al hombre el equilibrio existencial ante las dificultades
inherentes a la alteridad de la condición humana, que conduce a la paz.
Todos,
como dice el Evangelio, hemos de ser probados ante la muerte del sufrimiento, y
sólo quienes han sido constituidos en testigos de la victoria de Cristo sobre
ella, alcanzarán la Vida y heredarán el Reino de Dios.
La Eucaristía nos sumerge en la alianza nueva y eterna, en la que Cristo aporta la sal con su sangre derramada por nuestros pecados; alianza de paz y de perdón para la vida del mundo.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario