Domingo 15º del TO B
(Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13)
Queridos hermanos:
En
esta Eucaristía el Señor nos presenta la misión. Cristo es el amor de Dios
hecho llamada, envío y misión, que se va perpetuando en el tiempo a través de
los discípulos invitados a su seguimiento. Toda llamada a la fe, al amor y a la
bienaventuranza, lleva consigo una misión de testimonio que tiene por raíces el
amor recibido y el agradecimiento, pero hay también distintas funciones como ocurre
con los distintos miembros del cuerpo, que el Espíritu suscita y sustenta por
iniciativa divina para la edificación del Reino, y que son prioritarias en la
vida del que es llamado.
Amós
es llamado y enviado sin ser profeta, porque es la misión la que hace al
misionero. Nosotros somos llamados por Cristo a llevar a cabo “la obra de Dios”
para saciar la sed de Cristo que es la salvación de los hombres. Esta salvación
debe ser encarnada por testigos elegidos por Dios desde antes de la creación
del mundo, como dice la segunda lectura siendo santos por el amor.
Dios
quiere hacerse presente en el mundo a través de sus enviados, para que el
hombre no ponga su seguridad en sí mismo sino en él. Constantemente envía
profetas, y da dones y carismas que purifiquen a su pueblo, haciéndole volver a
sí, y no quedarse en las cosas, en las instituciones o en las personas. En
estos últimos tiempos, en los que la muerte va a ser destruida para siempre,
Cristo envía a los anunciadores del Reino, preparando el “año de gracia del
Señor”.
El
seguimiento de Cristo es, por tanto, fruto de la llamada por parte de Dios, a
la que el hombre debe responder libremente, anteponiéndola a cualquier otra
cosa que pretenda acaparar el sentido de su existencia. La llamada mira a la
misión y en consecuencia al fruto, proveyendo la capacidad de responder y la
virtud de realizar su cometido, teniendo en cuenta que puede tratarse de
objetivos superiores a las solas fuerzas. Sólo en la respuesta a la llamada se
encuentra la plenitud de sentido de la existencia, que constituye la primera
explicitación de la llamada libre de Dios.
Cristo, es enviado a Israel como “señal de contradicción”. Lo acojan o no, Dios habla a su pueblo a través de su enviado. Por su misericordia, Dios ayuda al hombre a replantearse su posición ante él, y así le da la posibilidad de convertirse y vivir.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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