Martes 12º del TO
Mt 7, 6.12-14
Queridos hermanos:
Parece absurdo que todo lo bueno sea difícil y todo lo malo
fácil, si no tenemos en cuenta que, la naturaleza humana ha quedado dañada por
el pecado, que ha alejado al hombre de Dios, haciéndolo tender al mal, sea
encerrándolo en sí mismo, o simplemente haciéndolo dependiente de las
tendencias carnales contrarias a las del espíritu. Las tendencias de la carne
predominan por la concupiscencia, y para que el espíritu las venza, hay que
combatirlas con el Don de Dios. El hombre necesita ser redimido desde fuera,
como dice san Pablo: “Quién me librará de
este cuerpo que me lleva a la muerte.” “El que no nazca de nuevo, no puede
entrar en el Reino de Dios.” “El vino nuevo, en odres nuevos. Atención a los
“perros” que regresan a su vómito, y a los “puercos”, que regresan a su
impureza, como previene Pedro (2P 2, 21-22).
La vida en Cristo como hemos visto a lo largo del Sermón de
la Montaña es una superación de la religión y de la moral, que nace de la vida
nueva en el Espíritu, que no sólo consiste en no hacer el mal, en no pecar,
sino en amar, cosa que ya la ley y los profetas proponían como el camino de la
vida: Amar a Dios y al prójimo como a ti
mismo. El hombre debe ser liberado del pecado, y el amor de Dios debe ser
derramado en su corazón. El amor, en efecto, es donación, muerte de sí, mientras
el temor a la muerte es consecuencia del pecado.
En
el libro de Tobías ya se decía: “No hagas
a nadie lo que no quieras que te hagan.” El Evangelio lo dice en positivo.
Hay que hacer el bien, y no sólo evitar el mal. Pero esto requiere como
decíamos una nueva naturaleza que procede de la fe en Cristo: “Vino nuevo, en odres nuevos”, y por eso:
“No deis a los perros lo que es santo.” Como
se lee en la “Doctrina de los doce Apóstoles”: El que sea santo, que se
acerque. El Evangelio dice: “Muchos
creyeron en Cristo, pero Jesús no se confiaba a ellos, porque conocía lo que
hay en el hombre.”
Podemos decir que, por el pecado el bien ha sido encerrado
bajo llave y que sólo la cruz de Cristo puede abrir sus cerrojos con el mucho
padecer del que habla san Juan de la Cruz, lo cual es poco menos que imposible
a quien está sujeto al temor a la muerte, que lo mantiene esclavo del diablo.
Al hombre que ha gustado la muerte, le aterroriza su solo recuerdo, y lo
incapacita para enfrentarse a ella y romper sus cadenas. Amar, en lo que tiene de
auto negación, y de inmolación, es imposible a quien no ha sido liberado de la
esclavitud y ha vencido la muerte. “Sin
mi, no podéis hacer nada”, dice Jesús.
Para entrar por la puerta estrecha que conduce a la vida, es necesaria la iluminación de la cruz que procede de la fe y que franquea el paso al árbol de la vida que está en el centro del Paraíso: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”, dice el Señor.
Que así sea.
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