Lunes 21º del TO

 Lunes 21º del TO

Mt 23, 13-22 

Queridos hermanos: 

Poniendo como ejemplo a los escribas y fariseos de su tiempo, que de hecho eran el espejo en el que se miraba la gente del pueblo, por su pretendida religiosidad y aparente santidad, el Señor, como buen pastor, da las claves de discernimiento a sus discípulos y a cuantos le escuchan, para que sepan distinguir los auténticos guías de los falsos, que “dicen y no hacen”; guías ciegos, hipócritas, y necios.

          La diatriba va contra ellos, “pastores” y sirve de advertencia a las ovejas, porque tanto la “falsa doctrina”, como dice el Evangelio de Mateo, como la “levadura” de la que habla el Evangelio de Lucas, arrastran con el ejemplo y corrompen.

          Esta es la consecuencia de un corazón pervertido por la incredulidad y la idolatría, que amando “el mundo”: el dinero, la fama, el poder y el afecto de las creaturas, se aparta de Dios y pierde el discernimiento de la verdad y la vida, sumergiéndolo en las tinieblas y la muerte y esclavizándolo al mentiroso desde el principio y padre de la mentira, que es el diablo.   

Como dice san Juan Climaco: Ocurre entre las pasiones y los vicios, que unos son mas públicos y desvergonzados (como es la gula y la lujuria) y otros mas secretos y disimulados (pero mucho peores que estos) como lo es la hipocresía; aunque parecen una cosa, tienen otra encubierta; porque su color de virtud y de celo encubren su veneno.

El hipócrita instrumentaliza la religión ilusamente en provecho propio, mediante la falsedad, mientras Cristo ha venido a testificar con sus obras, y con su vida, la Verdad del amor de Dios en contra de la mentira diabólica. El que vive en la verdad apoya su vida en Cristo, que lo hace libre.

Sabemos que hemos sido valorados en el alto precio de la sangre de Cristo. Que este amor expulse de nosotros el temor que quiere apartarnos de la Verdad. Estamos en la mente y en el corazón de aquel, cuyo amor es tan grande como su poder.  

Este pasaje del Evangelio de Lucas tiene de fondo el juicio, y nos habla del fermento de la corrupción que es la hipocresía, radicalmente unida a la necedad y la impiedad, frente a la verdad, que tiene por compañeras a la sabiduría y a la bondad del corazón amante y fiel. Lo que se opone a la hipocresía no es la sinceridad, que consiste en no ocultar su desprecio por la Ley y por Dios, sino la conversión a la Verdad del amor divino que es Cristo. La conversión del hipócrita consistirá en ser lo que aparenta, y no en aparecer como lo que tristemente es. Dios es Verdad, y en ella vive quien lo conoce. A Dios no es posible engañarle, y si pasa por alto nuestras falsedades terrenas y temporales en esta vida, es sólo por su misericordia y paciencia que son eternas, en espera de nuestra conversión, mientras llega el tiempo de la justicia y de la verdad en que deberemos rendir cuentas, para recibir de Dios según cuanto hayamos merecido con su gracia.

La falsedad, viene a sintonizar con la vaciedad y negatividad de las expresiones carentes de entidad como el frío, las tinieblas o el mismo mal, contrastantes en su constante dialéctica con atributos divinos como el amor, la luz, el bien o la verdad. ¿Qué es la hipocresía sino la falsedad de la simulación que se refugia en las tinieblas, hija, como es, del mentiroso desde el principio y padre de la mentira?

La hipocresía como búsqueda de la apariencia, corrompe, porque son los ejemplos y no las palabras los que arrastran. El hipócrita oculta su realidad, consciente como es de su asumida maldad, y sin preocuparse en enmendarla, la disimula sin importarle neciamente lo que Dios conoce, en busca solamente de lo que los hombres puedan apreciar. Es ciertamente un necio que no valora el bien que debería iluminar su existencia proveyéndolo del sentido de la vida, tratando vanamente de encontrarlo en la estima de la gente. Vive en la carne, de la que cosechará únicamente corrupción para sí y para cuantos lo sigan. Por eso el Señor previene primeramente a sus discípulos y también a sus oyentes, del peligro al que se exponen quienes escuchan a los hipócritas. Maldad y necedad se alían sorprendentemente en el hipócrita, inconsciente en extremo de su tremenda gravedad.

San Mateo, al hablar de la hipocresía, tiene de fondo la persecución. Cuando habla de la levadura, lo hace refiriéndose a la doctrina de los fariseos y saduceos; guías ciegos que guían a ciegos, cuya doctrina hay que cribar de sus malas acciones que corrompen sus palabras. Las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran: “observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta”. Marcos añade además la levadura de la corrupción de Herodes, comparándola con la de los escribas y fariseos.

Los fariseos del Evangelio aparentan piedad con sus actos pero no son píos de corazón, sino operadores de iniquidad, que buscan la estima de los hombres, su propia gloria, su interés y no la gloria de Dios. Ciegos que guían a ciegos dirá Jesús. 

La levadura es figura de la corrupción y como ella se propaga rápidamente. La hipocresía instrumentaliza la religión en provecho propio mediante la falsedad, mientras Cristo ha venido a testificar con sus obras, y con su vida, la Verdad del amor de Dios en contra de la mentira diabólica. El que vive en la verdad apoya su vida en Cristo, que lo hace libre; el que vive en la hipocresía es un esclavo del diablo, homicida desde el principio y padre de la mentira, que lo engaña y tiraniza.

Jesús habla de una suerte fatal para los hipócritas, que serán separados de él, no por su apariencia sino por sus obras. Él ha venido a traer Espíritu y fuego. También la gehenna es un lugar de fuego, pero no del fuego purificador que cura y cumplida su dolorosa misión pasa, sino de un fuego que quema pero no se apaga, ni puede purificar la llaga incurable de la libre condenación.

El temor de Dios es un fruto de la fe. “¡Temed a ése!” Temed a aquel que quemará la paja con el fuego que no se apaga. No hay que temer, en cambio, por esta vida, sino por la otra. Sabemos que hemos sido valorados en el alto precio de la sangre de Cristo. Que este amor expulse de nosotros el temor que quiere apartarnos. Si hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, cuanto más llevará cuenta de nuestros sufrimientos y fatigas por el Reino; de nuestros desvelos por el Evangelio y de nuestra entrega por los más necesitados. 

Que así sea.

                              www.jesusbayarri.com

 

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