Domingo de Pascua (misa del día)
Hch 10, 34a.37-43; Col 3, 1-4 ó 1Co 5, 6-8; Jn 20, 1-9, o el propio de la Vigilia, o en las misas vespertinas: Lc 24, 13-35.
Queridos hermanos:
¡Es el Señor! El amor siempre se
adelantaba a la percepción de los sentidos, limitados como están en su pequeño
mundo físico, frente a los horizontes infinitos del espíritu que se abren para
quien ama. Hijo del trueno por su celo, águila por su elevación de miras y de
vuelos, contemplador privilegiado de la gloria y la agonía de Cristo, había
recibido la gracia de acoger a María, la Virgen Madre, junto a la cruz de su
Hijo. Hoy, considerado apóstol del Asia Menor y confesor invicto, nos presenta
también su sumisión filial ante la elección recibida por Pedro, dándole
precedencia para el testimonio, no sólo de la resurrección, sino de todo el
misterio de nuestra salvación, como dice la primera lectura.
Pescador de hombres por designación
profética divina, recibió del Señor la promesa de sentarse a juzgar a las doce
tribus de Israel. Él, que pretendió sentarse junto a Cristo en su reino, fue
revestido de paciencia para esperarlo aquí hasta su retorno glorioso, si tal
hubiera sido la voluntad de su Maestro.
Cristo ha resucitado y se manifiesta a quienes lo aman, para que su testimonio brote de un corazón vigilante que intuye su presencia más que de la percepción de los sentidos. Elevemos, por tanto, nuestro corazón a las alturas celestiales para encontrar a Cristo, vida nuestra, como dice la segunda lectura, en espera de su retorno glorioso.
Proclamemos juntos nuestra
fe.
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